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PUERTA XOR.

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Le había dicho cuando se acercó a mirarme hasta la mesa del comedor, oyes, desde hace tiempo tu cabeza es una xor. Se lo decía en broma, eran letanías de mi trabajo que ella no entendía. No había que ser un especialista en cosas del alma para darse cuenta de que era una paciente rumiadora en todos los actos que le sucedían, tan llena de personajes en su cabeza, como si fuera una obra de saltimbanquis que un ser extraño dirigiese con finas cuerdas invisibles. De todos sus personajes había uno cierto que siempre comentaba como tal en una única salida a la realidad, de ahí mi denominación de puerta xor. Creo que fue sobre el veinte de mayo cuando subía con sus pesadas bolsas del supermercado, era una acarreadora con los ojos pensantes profundos y perdidos. Fue sobre esas fechas que comenzó a meter la llave en las puertas de los vecinos, en orden inverso, hasta el primero, en que la puerta se abrió mostrándole su espacio tan lleno de vacío como una única salida.

TELETIPO.

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Me había realizado un banburismus como si me hubiera hecho un rápido corte de mangas. Ella en su esquina de la mesa en el acto repetido de la cena , deambulaba con su índice con las pequeñas migas de pan sobre el mármol. Era extraño que en los atardeceres de los domingos yo no comprendiese su mirada perdida, ni tampoco los vertiginosos vuelcos de las golondrinas que veíamos pasar una y otra vez como relámpagos a través de la ventana abierta. Un banburismus, pensaba, una rara señal con una pausada secuencia de vacíos entre las migas ordenadas. Sí. Cómo advertir su gran soledad, sus movimientos pausados para colocar aquellos diminutos trocitos de pan en seis precisas hileras, sin espacios, que trasmitían a larga distancia un SOS con la palabra olvido.

LORENZ.

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LA CABINA.

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Hoy estuve caminando por el extraído de mi ciudad. Sucede que vas a buscar panorámicas hermosas para ver el mar, digamos que subiendo una media montaña que tiene unas vistas inmejorables de esa raya tan infinita que te ayuda a reflexionar con ese extraño silencio que proporciona el mar. Cuando ya estaba mucho más allá de donde las casas se terminaban observé un servicio de urinarios municipales totalmente pulcro, muy hermético, pintado de azul, lleno de anuncios publicitarios. Digo hermético en el amplio sentido de su apariencia externa, y lo digo porque no tenía ni una triste ventanita, sólo en su techo se le adivinaba una salida de ventilación, supongo asistida automáticamente cuando se abría la puerta y entrabas en su interior. Quiero decir que cuando lo pasé no llevaba ningún tipo de apretura, tan sólo se me vino a la cabeza aquella fábula llamada La Cabina que protagonizaba el extraordinario José Luís López Vázquez y que quizás nos trataba de mostrar una imagen abstract

MARCHA ATRÁS.

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. ..así, fue así, le dijo, mi amor métemela ya de una puta vez, sácamela por el culo, así mismo le dijo, de una puta vez que la atravesase, como acuciando, angustiada. Así que su Jombre se bajó los pantalones de esa forma, sonó la hebilla del cinturón de esa forma, y así amordazadas las dos piernas entre sus calzoncillos, entre sus perneras, atado, se escurrió hacia adentro a la primera en un acierto pleno, todo el muñón y la bola hasta los huevos, cerquita del mismo culo, todo aquello tan lubricado, tan acariciadoramente suave que vibró en varias acometidas emocionadas, en la ultima acometida después de treinta y ocho vibró diferente al tiempo que las manos de Ella amordazaban las dos partes de su culo que iba a retirarse hacia atrás lleno de cobardía, como otros días en otras mañanas llenas de cobardía, y ella tan harta de ovalarse tantas veces ovalándose para nada, todo un desperdicio sobre los pelos de su coño. Tantas veces esperando en la ventana, tantas secuencias r

SAXO.

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Había una muchacha negra que había salido de la calle y cantaba blues sobre un estrado diminuto en forma de triángulo esquinero. Apenas un saxo y un batería. Decían que aquella muchacha había entrado por el Mediterráneo, pero no se sabía desde dónde. En realidad yo a la muchacha la conocía de algunos días anteriores. Días tan largos que a veces acababan mal. Alguien la había puesto allí entre aquellos pegoteros de blues: el del saxo, quizás, lo que más grande había hecho era tocar con cierto desparpajo las redondillas del gato montés, el de la batería para que comparar. Pero sabéis, cuando la muchacha se subía llegaba el hechizo. Muy extraño. Por una rara conjunción de los planetas los dioses y del sonido, o de cosas así de brujería, su voz no se sabe de dónde salía, hechizaba cuando conversaba consigo misma, y el del saxo se convertía en un virtuoso, y el de la batería llevaba el ritmo como si golpease el mismísimo ángel malo que los protegía. Así eran aquellos blues que

SOBRE EL AMOR.

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De entre todas las etapas que hacía tenía la impresión que eran para alejarme. No había en lontananza un paisaje que me llenase de ilusión, sin mariposas, el polvo posándose sobre el brezo y los zarzales de un día extrañamente caluroso en que la mitad del mundo era de color azul. De tanto amor, henchido como llevaba, decidí alejarme mas y más. No te describiré gran cosa si ya sabes lo que es viajar con una carga de amor. Imaginarte el recibimiento, los brazos, las bocas y la piel en su esplendor -poros como volcanes plenos de furia-. Y los olores debajo del perfume. El corazón repleto y a saltos bailarines, llenos de amplitud. El estómago carcomido por alacranes. Mi sexo humedecido por el deseo. Era caminando cada etapa de espaldas al horizonte de donde venía la luz,sin otro pensamiento que su cara en holograma moviéndose una y otra vez delante de mis ojos. Su piel oliendo a aceites de almendra, como siempre, su ropa llena de perfumes como la pasada primavera. He de decir que me

PIEDRA.

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Habíamos arrimado la piedra que tenía forma de triángulo, una de las esquinas era angosta, pesaba sobre seis brazos que la erguían. De niños jugábamos a ver que pasaba, en el monte las colinas no tenían final, Jugábamos contra la luz para ver el secreto de sus colores y el agua tan salvaje deshaciéndose desde la altura. La gran piedra era la causa. La teníamos de pie, y su efecto era soltarla. La vimos dando vueltas a veces como si quisiese subir al cielo rompiendo arbustos, en silencio, jugábamos a que una voz gritase entre la maleza.

158,962,555,217,826,360,000 Numerito de la Máquina Enigma.

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RÍOS.

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Acaso no lo recuerdas. El humo sube igual de frío.Y hay un halo entre la luz y la sombra en los atardeceres de febrero. Y aún hay unos ojos que miran a esas montañas. Esclava tierra abandonada. Pobres mujeres que trabajaban con sus hijos a cuestas . Pobres hombres a los que no les valía odiar. Que debían repartir la mitad del trabajo de sus tierras con el amo que no había puesto ni una mínima gota de sudor. Ribera del Navia azotada por un hermoso verde, donde las voces vuelven a contestarte desde el otro lado del río, y el humo sube recto y azulado como si fuera a buscar a Dios. A lo largo de los tiempos se fueron cayendo las gentes unas en brazos de otras, sin relatar ninguna historia. Cementerios baldíos llenos de musgo y tanto silencio. Y ni un sólo recuerdo que sea leve. Si ves al fondo esas nubes de algodón que lo tapan todo. Sí. Tanto silencio.

ESTADOS.

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Permanecimos allí en aquella postura, abrazados en aquella postura uno frente al otro, mi cabeza estaba ligeramente reclinada sobre su hombro, y me daba calor su cabeza, leve, tan leve, con los ojos cerrados, yo suponía que ella también estaba con los ojos cerrados. Algunas veces abres los ojos ligeramente y ves una semipenumbra que viene del mundo, yo había abierto los ojos ligeramente y veía, eso, un poco de luz que se filtraba a través de la ventana, y unos visillos ligeramente agitados por la brisa de la tarde, era por la tarde, hoy era por la tarde. Lo cierto es que estábamos escondidos no sabíamos de quién, para tan sólo abrazarnos en secreto y llegar a sentir lo que era sentirse tan tremendamente solos, sin darnos cuenta de que en realidad estábamos en el interior de una historia que quizás no empezaría a contase nunca.

OTRA DE AIRE PARA LA OCHO, POR FAVOR

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Merece la pena que exista ese color que te gusta. Que esperes a cuatro patas que te envergue tu hombre. Que ingreses al hospital para vivir cuatro meses más. Que veas el hermoso bostezo de un bebé. Que digas que sería de mi vida sin ti. Que te corras como un cerdo en el descanso del partido sobre tu gordita de siempre. Que un día hayas llegado hasta allí, un lugar lleno de cosas, y no sepas a que ibas. La brisa del mar es eso que pasa por tu cara y son como dedos, tan leves, tan suaves, que vienen de tan lejos, tan largos, tan infinitos. La pasión del aire sin que haya fuego. Yo no soy de ascensor soy de escaleras, el ascensor siempre tengo miedo a que se pare ahí, en el tercero, y quedarme allí dentro sólo con dieciocho metros cúbicos de aire, que no son nada, te los devoras en un santiamén, y luego qué, una vez que te los devores si no tienes más vas y te mueres. De quedarme en el ascensor me gustaría que estuviera Mara la esposa del dueño de la gestoría