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ELLA DE VEZ EN CUANDO ME DECÍA UN !HALA,HALA,HALA! TEODORO.

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Nunca nos habíamos abrazado hasta las últimas consecuencias. Abrazarse hasta las últimas consecuencias no sé qué es eso, es abrazarse mucho, es abrazarse poco, en realidad no lo sé. Hacía unos días le había dicho que teníamos que abrazarnos, no sé cuántos días hace de esto, pero se lo dije. Un domingo el cielo no se ponía de acuerdo, de acuerdo como yo lo deseaba, unas veces azul a poniente y con unas nubecitas en el medio de la cúpula, otras veces (o a las dos horas), un tono muy gris y claro en todo lo que abarcaba a mirar a través de un hueco que casi era una ventana, por donde miraba a la calle y al cielo con mis brazos apoyados y encogidos mientras veía los camiones de descarga. Mismamente cuando decidí dar la vuelta cansado de ver el paisaje Ella estaba allí revisando sus nóminas del Súper sentada sobre la cama, se lo dije, le dije lo mismo de hacía varios días, cuánto hace que no nos abrazamos, le dije, hoy es bueno para abrazarse le repetí, cuánto hace que no veo tú

UNA DE TORTILLA DE PATATA.

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Anita, que siempre nos decía que cuando se muriese nos seguiría viendo a vista de pájara, y que las cosas aparte de otras muchas cosas llevaban silencio santificado dentro, como las sanpedras de quiastolita que quitan el demonio si las cuelgas sobre el pecho, o te pasan el mal de ojo si amenazas con ellas. -La casa sigue allí medio destartalada. La maleza se ampara en la soledad y comienza a devorarla. Aún me huele a tortilla cuando entro allí, llena de rayones de luz que la traspasan, y parezco adivinar un rastro azulado que me viene de la cocina, y el ruido del cuchillo asesinando cebollas y patatas, y a veces me huele a betún del negro, a alcanfor mientras una ventana deja una amplia claridad de sol estrellado sobre la moqueta con todas aquellas pequeñas libélulas moviéndose dentro de un tubo invisible como si tuvieran vida. -Anita. Soltó la palomita blanca por la boca ocho meses justos después de que Amancio el Ioputa soltase el último pedo y moviese la cabeza de tan muert

POCHONA.

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Quien me iba a decir a mi, un aficionado a la estadística descriptiva. Tan vieja como la escritura babilónica. Que por raros estados no observados se podía dar la certera casualidad de que un hecho que no fuese deseado, ocurriese a una hora intempestiva totalmente imprevista, sin tener conciencia plena de que el acontecimiento estuviese sucediendo, o no sucediendo a la vez. -Sí. -Yo os cuento el hecho en concreto sufrido por mi. Del que doy fe como ese suceso cuántico explicado elegantemente por las matemáticas, tantas veces repasado. La Pochona que se ponía unos tules azules en la cabeza al puro estilo kufiyyas , y era como una bola de la palanca del cambio, gordita, redondita, neumática a veces, con sólo tres marchas. Le decía, llego a casa, y me hueles a tres años de distancia, y además ya lo se desde el cuarto lo que me vas a decir cuando entre a este infierno, ya lo sabía,sí, como si hubiera sucedido y no sucedido a la vez. Un día le quise hacer lo que le hicieron a

EMBUTIDOS.

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Qué deciros de un chorizo, se podría escribir algo tan gordo como el Quijote: tipos, modalidades, zonas de fabricación, sabores, ternera, cerdo, jabalí, yo qué sé. Al chorizo no lo abrí. Ya sabía que tenían el corazón machacado, está todo junto, podría decirse que un chorizo nunca tuvo corazón. Y a sí les va. Quieren aparentar que no son chorizos, pero son chorizos, siempre los cazas por el olor. Un chorizo huele en todos los sitios. Si los llevaras Orión seguirían oliendo igual, a chorizo. Si venía la Pioca de Benazolve siempre traía aquellos papeles de estraza con tres vueltas de chorizos de Valdevimbre. La tía de todos tenía un os moños como la dama de Elche, y unas increibles caderas. Cuando yo tendría unos siete años arrumbaba con mi muñeco gerrero debajo de un taburete de nudo de roble, y por un hueco grande le veía su gran coño peludo y hermoso escurrido entre las bragas. De Benazolve también traía el P ortexo vino de tierra de la zona sur de Ponferrad

ORUJO.

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Pence vino ayer de Monforte con dos botas de caña altas de cuero gordo, y dos costales de cerdo bien curados y dos botellas de orujo añejado de pulpa de uva de la zona del xestal. Vino Nita, la boba, toda pintada, y el castrón de Richar que anda por la zona de las piedronas de Pembrokeshire aprendiendo el inglés. Bajamos todos incluida la tia Paula toda coja y el mulón de Papandreu a la cabaña de Suarna para ver bien el río entre los castaños y los abedules amarillos. Prendimos fuego de caroco de madroño y después de comer descorchamos el orujo. A lo que os voy es a ese olor, yo lo bebo a morro después de un trozo de chocolate negro y me quedo pensando mientras baja y te purifica y el río tiene ese poso de plata que parece un camino que no se acaba nunca, y parece la entrada del mismo cielo.

GARBANZOS.

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Le dije para cambiar de tema ayer vi en un documental de la dos que hay mundos como el nuestro que ya están muertos desde hace millones de años. En realidad le quería decir que cerraban por derribo ultramarinos La Antigua, pero no le dije eso para no deprimirla más. No sé si soportaría no poder comprar nunca más garbanzos chamad y estar allí minutos y minutos hablando de cosas intrascendentes. Si te ibas. Si te ibas. Según mirabas sus espaldas te dabas cuenta de lo qué era el cansancio o las pocas ganas de vivir. En algún momento las cortinas la taparon como si fuera una aparecida movidas por una leve brisa de aire. Sí. Ella seguía allí en la ventana esperando no sé qué, sabía de sobra que nuestro hijo no iba a volver. La ventana había quedado abierta, llevaba días y días como si fuera un homenaje. Si te ibas. Si te ibas, los visillos aún adivinaban su forma llena de vacío.

SOPA DE AJO.

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En un trasiego. La mano ansiosa que me acaricia en esa proporción de piel que le indico. El olor a pan húmedo entre una fritura de pimentón picante y ajo. El sol que se queda parado sobre mi dedo elevado, sobre un pequeño bulto donde mis piernas se juntan al tronco. Eso debe ser la muerte que crece en una extraña paradoja. El sol tan quieto entonces, la sombra perfecta, sin penumbra, y muchas migas sobre la mesa, como si un brazo hubiese pasado de lado desparrama ndo copos de nieve. La ventana tiene un árbol fantasmagórico que va y viene. El bosque estaba allí inmenso. Grajeaban las aves de no sé qué paraíso, los radicales mirlos en zigzag vertiginosos, sin pausa. Los azores de ronda dando vueltas sobre el principio de los árboles llenos de hojas de color naranja arrobados por el débil viento del medio día. Y luego los buitres oteando el festín. Los lobos habían bajado para matar, sin dimensionar primero el ansia, lo preciso para comer, mataron tres reses de las que

ARENA.

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Serás de arena cuando el tiempo pase, formarás parte del tiempo en ese reloj inexorable. Nada de lo que te estremece será posible, sólo un poco de amor en las cosechas. Ni humo que hace a la noche pesada, ni oscuridad, ni un poco de sombra. Ni exiguo dolor. Sólo arena.

CONTAGIOS.

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No hay nada malo en contagiarse la pena, en contagiarse enfermedades de la piel, y el odio, o el amor si luego, sabes deshacerte de ello con facilidad. El crimen más grandioso, desear que fusilen a alguien, y tenerlo veinte años esperando a que llame a su puerta el confesor y el cocinero. Que te llenen de pócimas y te contagien los gritos de la locura, que te contagien la miseria. Que sin tocarte te vuelvas catatónico con sólo mirarte a los ojos. Que lleves sobre ti enfermedades infecciosas: el odio a veces, el miedo a veces, -para subsistir-. Y casi todas las veces, el mayor de los contagios, la falta de compasión. Amén.

AZÓFAR LA CIUDAD QUE NUNCA EXISTIÓ

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A estas horas ya han abierto La Pondala, aquí enfrente, en la calle Garcilaso, ya está llena de genios, y me huele a serrín y a sidra. Estoy en Azófar y hace mucho calor sobre las aceras, y hay un desierto lleno de manzanos, y el rey Salomón me habla sobre la transición de la vida y de que los más poderosos deben someterse a Dios. Sé que mil jinetes me andan buscando. Por Azófar siempre voy disfrazado de siervo, y si veo un jinete me estremezco, me da angustia, y me paro donde esté. En ese lugar me han visto como una estatua, como un mimo, las manos abiertas hacía el cielo susurrando un salmo con un sombrero esperando unas monedas a mis pies.

DOCTRINAS.

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Es muy cierto que antes de devorar digieres mentalmente tu presa. Pero incluso viendo sus fauces entre las vísceras. Tengo fe  de que esa noticia de una sola palabra será sublime para derrotar a los fieles y a los infieles, y a todos los creyentes.

ROMÁNTICO.

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Tengo una prótesis de cadera, dos puntadas en el promontorio del isquion. Doce fistulas interesfinterianas, sin abuso de terceros. Por decir algo para este medio poema. No me vengas con vaginitis. Apriétame. Sácame la leche. Sale como los gusanos. Otros vivos se encaminan sin tropiezos. Marchar, no. Mejor quedarse. Ninguna aventura baldía, nada. ¿Cuántos instantes antes del silencio total? ¿Toda reflexión implica pararse para pensar? Paseate con el dedo por todos los acontecimientos recientes, no encontrarás uno saludable. Y por qué todo aquí entre mis manos, sin poder hacer nada, hablando y hablando. Hablándome. Antes de ayer estaba en la misma posición, y ayer. No sé en qué tiempo debo decir amor. Las pequeñas pausas me desconciertan. Cómo van a proseguir después. Con qué tema. Malditos hijos de puta.