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CONTAGIOS.

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No hay nada malo en contagiarse la pena, en contagiarse enfermedades de la piel, y el odio, o el amor si luego, sabes deshacerte de ello con facilidad. El crimen más grandioso, desear que fusilen a alguien, y tenerlo veinte años esperando a que llame a su puerta el confesor y el cocinero. Que te llenen de pócimas y te contagien los gritos de la locura, que te contagien la miseria. Que sin tocarte te vuelvas catatónico con sólo mirarte a los ojos. Que lleves sobre ti enfermedades infecciosas: el odio a veces, el miedo a veces, -para subsistir-. Y casi todas las veces, el mayor de los contagios, la falta de compasión. Amén.

AZÓFAR LA CIUDAD QUE NUNCA EXISTIÓ

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A estas horas ya han abierto La Pondala, aquí enfrente, en la calle Garcilaso, ya está llena de genios, y me huele a serrín y a sidra. Estoy en Azófar y hace mucho calor sobre las aceras, y hay un desierto lleno de manzanos, y el rey Salomón me habla sobre la transición de la vida y de que los más poderosos deben someterse a Dios. Sé que mil jinetes me andan buscando. Por Azófar siempre voy disfrazado de siervo, y si veo un jinete me estremezco, me da angustia, y me paro donde esté. En ese lugar me han visto como una estatua, como un mimo, las manos abiertas hacía el cielo susurrando un salmo con un sombrero esperando unas monedas a mis pies.

DOCTRINAS.

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Es muy cierto que antes de devorar digieres mentalmente tu presa. Pero incluso viendo sus fauces entre las vísceras. Tengo fe  de que esa noticia de una sola palabra será sublime para derrotar a los fieles y a los infieles, y a todos los creyentes.

ROMÁNTICO.

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Tengo una prótesis de cadera, dos puntadas en el promontorio del isquion. Doce fistulas interesfinterianas, sin abuso de terceros. Por decir algo para este medio poema. No me vengas con vaginitis. Apriétame. Sácame la leche. Sale como los gusanos. Otros vivos se encaminan sin tropiezos. Marchar, no. Mejor quedarse. Ninguna aventura baldía, nada. ¿Cuántos instantes antes del silencio total? ¿Toda reflexión implica pararse para pensar? Paseate con el dedo por todos los acontecimientos recientes, no encontrarás uno saludable. Y por qué todo aquí entre mis manos, sin poder hacer nada, hablando y hablando. Hablándome. Antes de ayer estaba en la misma posición, y ayer. No sé en qué tiempo debo decir amor. Las pequeñas pausas me desconciertan. Cómo van a proseguir después. Con qué tema. Malditos hijos de puta.

EL PSICÓLOGO

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Cuando me dijo aquello un sudor frío ascendió desde mi dedo gordo del pie hasta el último pelo de mi cabeza. Debía negarme, tenía que negarme pero no lo hice. Ya sentía la sensación de pánico. Él lo debía  ver como un hecho normal en mis ojos mucho más abiertos. Acompáñeme-  me dijo-, será muy fácil confía en mi, yo estaré contigo. Se levantó, tocado con su bata blanca, y vino hacía mí, pasándome la mano por el hombro en un gesto que parecía tranquilizarme. Atravesamos el pasillo saliendo al rellano. Notaba aquel sudor frío que recorría mi cuerpo, era como si bajo mis brazos empezaran a descender goterones de sudor. Tocó uno de los ascensores, y me empujó suavemente a su interior. Las puertas se cerraron lentamente. Y sin comerlo ni beberlo me vi allí, encerrado. Quizás él supuso mi miedo. Sentí su mano sobre mi hombro apretándome más fuerte, casi me hacía daño. Fue entonces cuando aquel pánico, ancestral, e indescriptible volvió a mí. Volvió a mi aquella sensación de falta

HILOS.

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Casi en silencio las llamas lo destruyen todo, lo frágil, lo robusto. Es el ejemplo para aprender. Sentado, apoyados los codos sobre la mesa, otra vez. Mi vida ha sido así, en varias posturas: sentado, de pie, acostado. De pie entre dos intervalos en movimiento , si te fijas. Siempre: o sentado, o de pie, o acostado, o empujado, no de otra forma. Excepto caminando en circulo, hasta el descanso; ya mucho más tarde, en pleno final de la inercia. Una vez tú, solo tú, sobre tu pecho esperando es mucho más fácil, a que tu boca baje sobre mis oídos y me digas: debes descansar, sólo o en dos posturas: sentado, acostado, ya no habrá más, nunca más. Esto es el verdadero final. Los hilos que te mueven desde no sé qué parte. Ahora los brazos, las piernas, los labios, los dedos. No sé. Tú doblado como un saltimbanqui que yace.

LAS MAÑANITAS.

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La parte de amor que debe llevar mi historia me parece inconsistente. La quiero tratar con sutileza, que no signifique nada sobre la trama principal completamente trágica. Sucede en una solitaria mañana de sábado y los dos deben abrir los brazos de s pués de un largo tiempo sin haberse visto. ¿Cómo he de describir esa situación? Acaso mi escasa experiencia en encuentros amorosos podrá enfrentarse a tal desafío? En realidad todo lo que se relata sobre el amor es una jodida mentira. Colocarle aves a la cosa realza la situación. Un atardecer. Una terraza miserable, tal vez. Cursiladas así. Deja el inconsciente vaivén de tú mano y, mientras, mira a la ventana llena de vencejos, y las sutiles sombras que deja el atardecer paseándose, lamiendo nuestras caras, así de pesadas y robustas, hercúleas sobre la cal de la pared, llenas de vida sombría, porque son sombras caprichosas y se mueren con la luz. Tócame y cerraré los ojos, sáname, dame sal, bocanadas de yodo, s

TÓCALA JOMBRE.

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Que veo a mi Santa por este agujerito del cielo entre nubes en forma de tripas como cuando vas en un avión, que la veo, sí, subir cargada con su bolsas de la compra, que la veo hablar y decirle a la Paulita que como la tocó su hombre no la tocaba nadie, que la tocaba muy bien, eso, muy bien , que no necesita que la toque nadie otra vez, lo sé, fijo que no la van a tocar por el mismo sitio siempre como la tocaba su hombre sin olvidarse ni una esquinita, y la veo, con esa lentitud que va hasta el segundo aún con las carnes prietas y puede que con algún deseo. Y yo la espero aquí entre el tiempo infinito, todo lleno de tiempo infinito y denso, la espero para acostarnos juntos y empezar de nuevo de aquella forma inolvidable rutinaria e irrepetible, tanto azul, tanta paz, entre tanto silencio que no te puedo describir.

FATIGA.

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No quiero hablarte del inesperado precipicio. El vacío que dura unos segundos. La ingravidez como una inédita caricia. Deseo meditar sobre la secuencia de acontecimientos entre dos efemérides señaladas: el día de hoy, y la celebración que harás mañana al despertarte aún sabiendo tu nombre. Sobre cuál es el mayor grado de desesperación que se puede alcanzar. Si la angustia es un factor mensurable, en qué escala o baremo estará el inicio de la quiebra. A cuánta fatiga estaremos sometidos para que la inicial fisura nanométrica  nos haga romper en dos partes casi iguales. ¿Es cierto que al nacer empezamos a morir?, -según los antiguos manuales en uso que describen la vida-. Y el impulso que decrece. La inercia vencida por las heridas. Y el corazón qué tiene que ver, por qué pensamos que allí se manifiesta lo que amamos, o el hilo más leve de la esperanza. -Cuándo te has dado cuenta, de ese obsesivo presagio que te lleva

HIERBA.

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No puedo describirte la niebla que baja para posarse tan leve, los primeros claros de azul por donde brilla el sol, y ese sonido que no acierto a describir. En Mayo, a eso de las once de la mañana, la hierba tiene muchas gotas de rocío. Si la miras de frente cuando el sol la alumbra por detrás, ves infinitas gotitas brillar en diferentes tonalidades. Algunas soportan la inclinación de la luz reflejando un diminuto arco iris. Ahora mismo las veo así, delante de mí. Mi guadaña se abre y se cierra y va segando suavemente una senda de casi dos metros de ancho, dejando solo un puño desde la raíz. A mi lado se van depositando flores y flores, tallos verdes de hojas, infinidad de colores caídos desordenadamente. Cuando descanso apoyado sobre el talón del mango, veo el monte lleno de brezo amplio y grande, desgastado sobre el horizonte con una tonalidad morada. Yo siego y siego absorto, recogiendo la brisa sobre mi cara, y me siento tranquilo y a gusto, mientras lejos de mí, obser

NANA.

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Me apetece siempre poner qué. Qué sería. Y cómo, en el sentido de cómo es. Debes de llevar tiempo ahí, preguntándote. De qué forma. En qué situación. Con qué palabras darás hoy esa noticia. Un día alguien abrirá nuestros cementerios y les llamará catacumbas. O estaremos en el humo que queda al quemarse las flores. Palabras que debes decir llenas de sentimiento. Qué sería del mar sin esa luz que te parece el abismo. De que sirve llorar sólo. O tirarse al vacío. En el último instante qué sería de nosotros.

CAGABAS SIEMPRE DESPUÉS DE CENAR, ERAS COMO UN RELOJ.

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Habíamos coincidido uno frente al otro, y no teníamos espacio. Nos miramos por unos instantes. Casi no había espacio para ignorarnos, aquel pasillo tenía apenas un metro y medio de ancho. Cómo pudo suceder que hubiéramos estado casi treinta años juntos intentando conocernos. Que hubiésemos llegado a no cerrar la puerta del baño, que ella viese como me agitaba el capullo, y yo cómo se limpiaba esas gotitas finales de su coño. Oler sus pedos que procuraba tirar sin hacer ruido. Ella oler mi mierda con ese color extraño que dan los lacteos, y la compota de manzana. Y ahora, en este puto pasillo, por una casualidad extraña me llega de refilón su mirada a la que yo le hice una mueca, y su fragancia que aún guardo en no sé que parte para construir los recuerdos.