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Y NUNCA MÁS.

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Cinco años antes había llegado a la puerta. Aún la recuerdo, de dos hojas que se abrían a la mitad, la de abajo debía de permanecer casi siempre cerrada, la de arriba abierta para la ventilación. Llegar hasta allí fue relativamente fácil en el sentido de que sólo era caminar dando dos vueltas en zigzag para acabar en un tramo recto que te llevaba a la casa. Las vías del tren pasaban por la parte posterior, y cada doce minutos aproximadamente transitaba un mercancías o un tren de pasajeros, y siempre aquel pitido que empezaba en la lejanía, que se acercaba y se alejaba con diferente tono, como si la vibración se disipase al alejarse y se concentrase al acercarse. Poco después estuve mirando por una ventana. Era usual en mi ver el camino por el que había llegado, reflexionaba cómo habría podido caminar tanto, cómo habría podido llegar hasta allí por aquel sendero lleno de tortuosidad, cómo habría podido guiarme por aquella senda cinco años antes. De todas formas me acordaba c

POLILLA.

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Cuando por la noche hay mucho silencio se escuchan la carcoma oradar las vigas largueras. Algunas veces pienso que están dentro de mi y que me comen. No hay nada más íntimo que estar sólo cuando hay mucho silencio.Si es de noche el silencio es tan espeso que no puedes apartarlo con las manos. Dana se fue el mes pasado de abril y no la esparcí por las laderas de Pastur. Es una promesa incumplida a una muerta. La tengo dentro de la lacena junto a los tarros vacíos que juntábamos para hacer mermelada de manzana. Tuve la ocurrencia de ir bebiéndola con el café, mezclada con el azúcar que lo hizo pardo. Todos lo que venían a verme llevan un poco de Dana en sus entrañas, o no sé si queda algo allí, en las entrañas, o se caga o se mea, y a dónde va después, si al río, por torrentera, o se queda en la tierra, o en el cuerpo como un metal pesado. El caso es que desde hace unos días tengo esto aquí, en el estómago, como si fueran las polillas que abren túneles sobre las vigas maestras

NACER.

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Todo estaba por nacer. Sólo me vencían en los sueños los largos caminos. Me faltaban los brazos. La luz apenas. Ni un ánfora con agua por si hubiera sed. Sin sílabas. Sin lágrimas. Por nacer las tardes lluviosas. El llanto. Y tanto dolor. Las risas. Sin necesidad de las noches. Quedaba todo el tiempo para tantos viajes. Sin contar los días. Sin deseos.

TOMATES CHERRYS.

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Me dejas balancearte entre las ramas de fréjoles – medio solos en el bosque-. Déjame, anda. Fagocítame. Por fin he salido expulsado de esta gravedad a otra gravedad. Y voy por ahí con todos los conocimientos adquiridos. Y el último sabor de tú coño sulfatado, entre las redondas hojas de los kiwis. Es difícil predecir el comportamiento humano. Su coexistencia no es lógica. Aunque excepcionalmente exista algún milagro -creo firmemente en la teoría del caos-. Y en la formación profesional a todos los niveles, minuciosamente, elaboradamente, estudiado pacientemente: licenciado en electrodinámica cuántica, y un máster sobre las  Reglas de Feynman. He contado tantas veces cosas que se mueven. Tantas veces he contado los lados de los objetos que no son curvos. Las aristas de todo lo que contiene aristas. Mi propio desplazamiento en pasos: a la ida y a la vuelta. He jugado muchas veces a regresar contando de nuevo lo que había contado hacía l

TORREMOLINOS.

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Cuando marchamos del hotel Bajoncillo de Torremolinos mi suegra Amadora, La Florencia, y yo, llevábamos las maleta de la Amadora llena de toallas, jabones, albornoces, las sabanas y fundas de la cama, y las lámparas candil de la pared. Yo el día anterior a la marcha me subí un destornillador de estrella del Volkswagen y arramplé con dos apliques esquineros, los toalleros y la televisión " tedete"  que colgaba sobre la pared, también baje un embellecedor de repisa con espejo, y los floreros de plástico que había en el hall de entrada, las tapas del vater, y los tapones de registro de los  videts. A mi me vinieron aquellos retorcijones como si me hubieran apuñalado, cuando estaba sobre la cama desatornillando los colgantes de piedra de la lámpara del techo. Fue cuando me entraron aquellas ganas de ir al baño, igual que si me estuvieran agujereando con un abre cartas, y lo hice todo como de papilla amarillenta,  que no suelo,  que soy de un estreñido de  mete el dedo y

PACHARÁN.

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En el informe. Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blanca. Este paciente se llamaba Aniceto Loirán Expósito. Con cincuenta y tres años. De mediana estatura, enjuto, con ojos escarbados, de espaldas anchas y ligeramente caídas. Con leve andar catatónico, dado a la ceremonia a la hora de avanzar. Vestía siempre muy bien. Paradógicamente muy pulcro con su higiene personal Fue ingresado por su alcoholismo crónico. Un año antes había sido expulsado de Alcohólicos Anónimos (A A). Tenía una capacidad innata para la persuasión. A las dos horas de haber dicho: ...me llamo Aniceto Loirán Expósito, y soy alcohólico..., había logrado que los diez compañeros presentes y el terapeuta cogieran una gran borrachera a Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blan

MILES DE VECES.

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Concluida una historia muy larga, tantas veces a esta hora en este día, la esquina que daba a la ventana, el pan blanco, dos platos, dos vasos. De cierto no sé cuánto tiempo, viendo avecinarse el futuro, hasta que un día la casualidad se detuvo, y fue más amplia la luz, más difuminada la penumbra, más solitario el hueco, sin nada, en silencio, aquella hora repetida, miles de veces.

SAPO.

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El sapo tenía una filigrana de huevos sobre el agua estancada, como un cordal casi invisible y transparente. La luna era tan inmensa que hacían sombra los brezales sobre el río en forma sierra, casi plana el agua, con un ligero vaivén sobre las rocas llenas de posos blancos. Habíamos bajado corriendo los tres casi dando tumbos a todo lo que nuestras piernas daban hasta la codera de maleza y piedras donde el agua se escondía densa y amansada. De lejos se escuchaba la música de la fiesta, algo de ritmo de acordeón y un poco de ritmo de bajo, y un saxo, lo otro era el agua a cada poco balancearse, chocando sobre las losas planas de la orilla que la amortiguaban. Cuando llegamos sentimos los sapos saltando al agua, y decidimos agacharnos en el silencio más extremos, sólo respirábamos. Cuando Pendi sacó el cigarro hubieran pasado unos cuantos minutos, lo encendió con cierta experiencia, lo caló, y le vio la brasa roja como una luciérnaga, y hecho el humo con una bocanada espesa y

HOJA EN BLANCO.

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Piadosamente me había puesto de pie para suplicar, las manos juntas, los ojos sobre el vacío. Como si fuera un prócer santificado que creía flotar sobre el aire repleto de olor a pólvora y a carne pútrida, creyéndose en un sueño. Decir horror era demasiado poco. De rodillas sobre el suelo con la cabeza ligeramente ladeada para prever quién se acercaría por mi espalda. No es descriptible expresar cuánto son dos minutos en determinados momentos de nuestra existencia, o cuánto es la eternidad. Mi cabeza podría ser separada del resto del cuerpo por degüello. Si fuera así me quedarían unos instantes para apreciar mis extremidades en una extraña movilidad de segundos acaso. Podría ser por un tiro en la nuca. La posibilidad, entonces, de mi cara boca abajo, o de lado, unos instantes mis ojos apreciando la tierra negra al ras del suelo. De todo aquello incluido el paisaje desolador, no queda el recuerdo, quizás una fotografía en blanco y negro, por una afortunada circunstancia de es

ESTADO.

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Parecía mentira que después de tanto tiempo amando, pudiese llegar a odiar. Viendo el amanecer al lado del mar, tan sublime, diferente siempre, subiéndome aquel sopor que era el odio muy denso. A veces las gaviotas sin saber qué hacer, como un motivo de que todo era un laberinto. Y los mochuelos tan pequeños haciendo espirales sin saber que yo estaba odiando a todo lo que podía tener signos de cierta animación, odiar tanto que deseaba dar la muerte de cualquier forma permitida en que un ser vivo puede morirse. A veces al amanecer el color añil en lontananza me hace más ruin. Desplazarme hasta lugares exuberantes. Quedarme quieto mirando como el primer día de lo que me queda de vida empieza a desplazarse sobre mi.

DESEA.

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Es la gloria suprema, levantarte, descongestionar el pasillo, y en esa vuelta acordarte de que existe la cocina y de un largo sueño que aún espera que lo lleves al olvido. Contemplarte sólo en el espejo sin miedo a quedarte quieto, a la locura, sentarte en el trono de los dioses, cagar despacio porque quieres hacerlo, suave, sin prisas. Así, convencido de que tu has sido, el que ha ordenado el hermoso trance de abrir tus fauces. Celebrar la noche como prueba superada, contemplar tus restos devorados, quizás al mar, elevarte sobre tu agradable olor, hermética la linea pectinea, porque tu sentido común paradógicamente llenarse de mierda ya desea.

PRESA.

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El inmenso día, en el sentido de muy largo. Sin tener duda de tu propio calor, de tus manos, de tus pies, y el respirar, y el olor. Muda la voz, con gestos señalas. Desde el inicio del viaje, todos serán momentos de despedida, sólo con los ojos, dirás a todos que retornas, levemente, agachándote, en cuclillas, yendo en línea recta a la posición en que lloraste por primera vez. No sé por qué sólo recuerdo un día, de tantos. El día de la semana, la hora. Era el principio de lo inmenso, sin dimensiones, desde la luz hasta la oscuridad, todo el tiempo que duró el único abrazo. Luego la voz, las voces, tantas veces, hasta saber pronunciar mi nombre, y digerir mentalmente mi primera presa.