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TENDAL.

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El hijo de puta del cuarto D tiene el lomo tatuado con un águila que cae en picado sobre unas espaldas inmensas, pero quiero rajarlo, quiero meterle una hoja con venteo que tengo de Taramundi, hasta donde le llegue, y dejarle entrar el aire para que ventile la patata. Mi Dolores ya me lo dijo dos veces, que se asoma por la ventana del salón al patio de luces y coge las bragas escuálidas de su parienta y la mira, mientras las huele, la mira con una sonrisa de conejo, mientras mi Dolores retira las a las suyas, hermosas a lo XL, de su ordenado tendal, que le va el culo de mi hembra, que lo sé, a ese hijo de puta sin trabajo conocido.

HERMES.

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Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-, casi treinta años pasándonos cosas, el pan y todas las dificultades, los dolores de los brazos, cuando a veces la lluvia llegaba oliendo a pólvora. Nos divertíamos pensando en nuestros secretos, mintiéndonos con los ojos. Yo a veces soñaba que era el dios Hermes, cargado de mensajes que quitasen la monotonía de las brumas. De vez en cuando la luna ensangrentada después del equinoccio de primavera. Aquella luz rosada atravesando el tendal lleno de ropa. Ahora, tarde ya, me doy cuenta que era una gran fortuna tenerte allí, para sentir tu brazo que me ayudaba a levantarme.