ZEPELIN.


Esto fue a 46 grados Norte y a 6 grados Oeste, en un lugar casi sin Nombre en donde si te fijabas mucho podías ver el mar por Viavélez,en un lugar donde la helada dejaba siempre una línea blanca casi perfecta entre la luz y la oscuridad. La capitana y la Murcia, a eso de las nueve de la mañana, tiraban de la rastra de un arado romano. Yo iba delante de guiadera, mi padre detrás dirigiendo la reja para que no arrastrase xeixos, abriendo un surco estrecho por donde mi hermana Asunta dejaba patatas cortadas revueltas en azufre a dos palmos unas de otras. Las pegas bajaban a las lombrices, los tordos en manada revoloteaban entre los brezales a unos metros llenos de flores de color vino.Todo era así, abajo el pueblo con aquel humo de las chimeneas tan recto como si llevase al cielo todas las almas en pena que habían salido por la noche. Fue a las diez el prodigio, por las laderas de Miudeira apareció aquel bicho en forma de pedrisco de huevo de aluvión de color plata, que reverberaba cuando el sol lo cogía de costado. Yo lo veía de frente acercarse como una gran ave sin alas, enorme, dejando una sombra en forma de puro sobre la la helada que ya se disolvía. Me dio mucho miedo aquel pájaro enorme y traté de huir y la Capitana se torció de riego. Mi padre se cagó en mi madre, y me llamó cabrón. Me quedé quieto. Muerto de miedo lo vi allí arriba, con aquellas gamada cruzada en las cuatro aspas de la cola, mientras mi padre iba deletreando lo poco que sabía leer: ZE-PE-LIN. Fue sobre las de las diez de la mañana a 46 grados Norte y a 6 grados Oeste, de un lugar mísero que casi no quiero acordarme.

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