LA CABINA.


Hoy estuve caminando por el extraído de mi ciudad. Sucede que vas a buscar panorámicas hermosas para ver el mar, digamos que subiendo una media montaña que tiene unas vistas inmejorables de esa raya tan infinita que te ayuda a reflexionar con ese extraño silencio que proporciona el mar.
Cuando ya estaba mucho más allá de donde las casas se terminaban observé un servicio de urinarios municipales totalmente pulcro, muy hermético, pintado de azul, lleno de anuncios publicitarios. Digo hermético en el amplio sentido de su apariencia externa, y lo digo porque no tenía ni una triste ventanita, sólo en su techo se le adivinaba una salida de ventilación, supongo asistida automáticamente cuando se abría la puerta y entrabas en su interior. Quiero decir que cuando lo pasé no llevaba ningún tipo de apretura, tan sólo se me vino a la cabeza aquella fábula llamada La Cabina que protagonizaba el extraordinario José Luís López Vázquez y que quizás nos trataba de mostrar una imagen abstracta de aquella época, digamos, tan peculiar .A unos pasos traspasados de la dichosa cabina de baño se me vino a la cabeza la agitada imaginación que tenemos los claustrofóbicos, que aún sin pasarnos el hecho desencadenante de quedarnos encerrados ya presentimos la consecuencia consumada y nos llenamos de escalofríos angustiosos.
Pues eso.
Me vino aquella desazón.
Había pasado por allí, había sentido aquellos horrorosos golpes en la puerta, y había vuelto la cabeza. Sentía que desesperadamente desde dentro me llamaban por mi nombre, y que yo era a la vez el que llamaba. Mis voces eran apagadas, apenas perceptibles, mi cara escuálida sentado sobre la taza del inodoro de acero inoxidable, en la más plena oscuridad, metido allí desde hacía días en el extraradio de una ciudad que estaba situada a varios kilómetros, por la que sólo había un paseante que era yo. Presa del pánico, seguí caminando apurando el paso, tratando, en una alegoría imposible, de olvidarme de mi mismo que suplicaba y suplicaba desesperado desde dentro de aquel váter que era mi propia cabeza.

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