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Mostrando entradas de 2017

ZEPELIN.

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Esto fue a 46 grados Norte y a 6 grados Oeste, en un lugar casi sin Nombre en donde si te fijabas mucho podías ver el mar por Viavélez,en un lugar donde la helada dejaba siempre una línea blanca casi perfecta entre la luz y la oscuridad. La capitana y la Murcia, a eso de las nueve de la mañana, tiraban de la rastra de un arado romano. Yo iba delante de guiadera, mi padre detrás dirigiendo la reja para que no arrastrase xeixos, abriendo un surco estrecho por donde mi hermana Asunta dejaba patatas cortadas revueltas en azufre a dos palmos unas de otras. Las pegas bajaban a las lombrices, los tordos en manada revoloteaban entre los brezales a unos metros llenos de flores de color vino. Todo era así, abajo el pueblo con aquel humo de las chimeneas tan recto como si llevase al cielo todas las almas en pena que habían salido por la noche. Fue a las diez el prodigio, por las laderas de Miudeira apareció aquel bicho en forma de pedrisco de huevo de aluvión de color plata, que reve

NO SÉ.

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De qué forma los días proseguirán sin ningún particular. Lleno de secretos que van contigo. Manifestándose con toda esa lentitud como si no fueran de este mundo. Por cuántos lugares que pasaste quedará albergada una parte de ti que resplandezca. Habrá ecos de tus palabras. Tu mano desgastará el mármol hasta ser perceptible una huella. Tus labios dejarán un pensamiento dentro de un ínfimo recuerdo. Se trata de una caricia, un dedo que vuela sin tocarte la piel. Para que alguien te recuerde. En un papel arrugado habrá una marca casual de tu pertenencia, algo de tus manos que fue un gesto repetido. Algo que dejas y que fue tuyo. Una esencia. En las últimas sábanas que te acogieron. Buscará alguien que te amó tu olor para percibirte. Se quedará quieto una tarde y un segundo para imaginarte. Se detendrá la angustia cuando ya no estés.

EL FLUJO.

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Algunas veces mientras la esperaba yo estaba con esos pormenores y otros pensamientos sobre que tipo de protocolo iba a seguir hoy cuando ella llegase. Contemplándome en un espejo de la pared me dedicaba hacer poses, mientras suponía que ella ya se estaría acercando por el pasillo hasta esta habitación en nuestra enésima cita. Cuando entraba no le miraba a los ojos, casi nunca le miraba a los ojos. Usualmente siempre traía faldas cortas, le miraba a las piernas que eran m uy largas, y como en esa ceremonia que había pensado desde el día anterior me arrodillaba delante de ella y la abrazaba por las caderas mirando hacía arriba su cara de esfinge. La mordía ansiosamente por encima de su ropa. En esos instantes el mundo dejaba de existir. Cuando metía mi cabeza debajo de su falda y me llegaba el efluvio de sus gotitas alucinantes a lo Clive Christian’s , no sé si eran de Clive pero pudieran serlo. Le buscaba el coño y se lo comía a bocados con todo tipo de cadencias y ritmos. C

LA VERDAD, NO SÉ CÓMO TITULARLO -LO SIENTO-

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De todo lo que se queda desnudo toda la vida hasta la muerte, miro como la sombra cubre la luz de enero, lentamente, sobre tu cara. Luego repaso más historias de que estoy hecho, mientras me quedo viendo cómo sube la marea. -Aquel recuerdo que retorna al despertarlo el olor a hierba seca-. Cómo decías: te quiero de aquella forma, sin dudas. Tus labios redondos pintados de rojo en forma de corazón. Desnudos. Cálidos. Blandos. -Y por unos segundos la total inexistencia.-

INVERNADEROS.

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Allí, oliendo a insecticida, ya estaba Áymara de Arequipa, con su lomo en forma de serpiente. Oliendo a fresas, a tomates cherrys, a pimientos del piquillo. No quiero que me castiguen las aguas de Terranova. Me horroriza el mar. Allí está el mar furibundo e infinito, y mis parientes del Yucatán y de Guinea, donde Juan Caboto vió nubes de peces en la oscuridad. Debajo de catedrales de plástico. Me quedo en el Maresme, tan apacible al atardecer… cuando puede conmigo el cansancio sobre la ruina de mis huesos.

HERMES.

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Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-, casi treinta años pasándonos cosas, el pan y todas las dificultades, los dolores de los brazos, cuando a veces la lluvia llegaba oliendo a pólvora. Nos divertíamos pensando en nuestros secretos, mintiéndonos con los ojos. Yo a veces soñaba que era el dios Hermes, cargado de mensajes que quitasen la monotonía de las brumas. De vez en cuando la luna ensangrentada después del equinoccio de primavera. Aquella luz rosada atravesando el tendal lleno de ropa. Ahora, tarde ya, me doy cuenta que era una gran fortuna tenerte allí, para sentir tu brazo que me ayudaba a levantarme.

FUNCIÓN, b= f(a).

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Le dije, Yo soy función de Ti -Yo (Ti)-. Dependo de Ti, de todos tus estados de ánimo. Cómo decírtelo de una forma sencilla. Al levantarnos tu cara de esa forma absoluta en que tu mirada va hasta ese mundo perdido de no sé que lugar, a veces tanta tristeza. Ese ciclo extraño casi cuantificable, tus ojos brillantes que exclaman la huida hacía el sol repletos de alegría, la curva simbólica sobre un eje imaginario que desciende en ciclos milimetrados y exactos. Cómo he de explicarte que mi sonrisa se apaga con la tuya, hasta ese límite en el que cierro las ventanas para que no te de por mirar con tus ojos y mis ojos al tremendo vacío.

COSAS MUCHAS Y CON TANTA PACIENCIA AL ATARDECER.

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Cuando era niño leía libros de aventuras. Tuve una infancia relativamente feliz. Aparte de algún penerasta tocándome debajo de la barbilla, y un barbero que me sobaba los genitales dándome caramelos de palo sabor a fresa mientras agitaba con el meñique mi minúsculo pene debajo de los pantalones cortos. No tuve mayores incidencias en mi desarrollo psíquico. Eso sí. Vi innumerables veces a mi madre de rodillas, sumisa, delante de mi padre. Los recuerdos no me torturaron por esos actos familiares. El daño fue nimio. Estuve varios años pensando que mi madre oraba hablándole a las caderas de mi padre, siempre se santiguaba cuando suavemente empezaba a chupársela. A veces hacía un calor insoportable, y había unos atardeceres gloriosos. Tanto como el universo podía enseñarme. Tan inmenso todo que daba miedo.

TURING.

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                                                            TURING.

COLOSUS

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POSOS.

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En este instante mismo me huele a primavera, y aunque la tierra ya está reseca, surgen flores desconocidas para mi entre la trágica rotura que forma una dura piedra blanca. Por eso. Imploro cierta ilusión. Suponer que entre cada estío haya un periodo  exuberante. Que el duelo de la tierra deje paso a rastros de espesos  colores, y la vida  albergue sublimes  instantes antes de desaparecer llena de dolor. Deseo imaginarte. Como lo vivo y viva. Aunque estés clínicamente muerto, sobre el vapor que suelta tu boca, en  ese espejo que trata de adivinar los restos de tu vida, se podría dibujar un corazón con la caricia de un dedo.

PUERTA XOR.

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Le había dicho cuando se acercó a mirarme hasta la mesa del comedor, oyes, desde hace tiempo tu cabeza es una xor. Se lo decía en broma, eran letanías de mi trabajo que ella no entendía. No había que ser un especialista en cosas del alma para darse cuenta de que era una paciente rumiadora en todos los actos que le sucedían, tan llena de personajes en su cabeza, como si fuera una obra de saltimbanquis que un ser extraño dirigiese con finas cuerdas invisibles. De todos sus personajes había uno cierto que siempre comentaba como tal en una única salida a la realidad, de ahí mi denominación de puerta xor. Creo que fue sobre el veinte de mayo cuando subía con sus pesadas bolsas del supermercado, era una acarreadora con los ojos pensantes profundos y perdidos. Fue sobre esas fechas que comenzó a meter la llave en las puertas de los vecinos, en orden inverso, hasta el primero, en que la puerta se abrió mostrándole su espacio tan lleno de vacío como una única salida.

TELETIPO.

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Me había realizado un banburismus como si me hubiera hecho un rápido corte de mangas. Ella en su esquina de la mesa en el acto repetido de la cena , deambulaba con su índice con las pequeñas migas de pan sobre el mármol. Era extraño que en los atardeceres de los domingos yo no comprendiese su mirada perdida, ni tampoco los vertiginosos vuelcos de las golondrinas que veíamos pasar una y otra vez como relámpagos a través de la ventana abierta. Un banburismus, pensaba, una rara señal con una pausada secuencia de vacíos entre las migas ordenadas. Sí. Cómo advertir su gran soledad, sus movimientos pausados para colocar aquellos diminutos trocitos de pan en seis precisas hileras, sin espacios, que trasmitían a larga distancia un SOS con la palabra olvido.

LORENZ.

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LA CABINA.

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Hoy estuve caminando por el extraído de mi ciudad. Sucede que vas a buscar panorámicas hermosas para ver el mar, digamos que subiendo una media montaña que tiene unas vistas inmejorables de esa raya tan infinita que te ayuda a reflexionar con ese extraño silencio que proporciona el mar. Cuando ya estaba mucho más allá de donde las casas se terminaban observé un servicio de urinarios municipales totalmente pulcro, muy hermético, pintado de azul, lleno de anuncios publicitarios. Digo hermético en el amplio sentido de su apariencia externa, y lo digo porque no tenía ni una triste ventanita, sólo en su techo se le adivinaba una salida de ventilación, supongo asistida automáticamente cuando se abría la puerta y entrabas en su interior. Quiero decir que cuando lo pasé no llevaba ningún tipo de apretura, tan sólo se me vino a la cabeza aquella fábula llamada La Cabina que protagonizaba el extraordinario José Luís López Vázquez y que quizás nos trataba de mostrar una imagen abstract

MARCHA ATRÁS.

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. ..así, fue así, le dijo, mi amor métemela ya de una puta vez, sácamela por el culo, así mismo le dijo, de una puta vez que la atravesase, como acuciando, angustiada. Así que su Jombre se bajó los pantalones de esa forma, sonó la hebilla del cinturón de esa forma, y así amordazadas las dos piernas entre sus calzoncillos, entre sus perneras, atado, se escurrió hacia adentro a la primera en un acierto pleno, todo el muñón y la bola hasta los huevos, cerquita del mismo culo, todo aquello tan lubricado, tan acariciadoramente suave que vibró en varias acometidas emocionadas, en la ultima acometida después de treinta y ocho vibró diferente al tiempo que las manos de Ella amordazaban las dos partes de su culo que iba a retirarse hacia atrás lleno de cobardía, como otros días en otras mañanas llenas de cobardía, y ella tan harta de ovalarse tantas veces ovalándose para nada, todo un desperdicio sobre los pelos de su coño. Tantas veces esperando en la ventana, tantas secuencias r

SAXO.

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Había una muchacha negra que había salido de la calle y cantaba blues sobre un estrado diminuto en forma de triángulo esquinero. Apenas un saxo y un batería. Decían que aquella muchacha había entrado por el Mediterráneo, pero no se sabía desde dónde. En realidad yo a la muchacha la conocía de algunos días anteriores. Días tan largos que a veces acababan mal. Alguien la había puesto allí entre aquellos pegoteros de blues: el del saxo, quizás, lo que más grande había hecho era tocar con cierto desparpajo las redondillas del gato montés, el de la batería para que comparar. Pero sabéis, cuando la muchacha se subía llegaba el hechizo. Muy extraño. Por una rara conjunción de los planetas los dioses y del sonido, o de cosas así de brujería, su voz no se sabe de dónde salía, hechizaba cuando conversaba consigo misma, y el del saxo se convertía en un virtuoso, y el de la batería llevaba el ritmo como si golpease el mismísimo ángel malo que los protegía. Así eran aquellos blues que

SOBRE EL AMOR.

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De entre todas las etapas que hacía tenía la impresión que eran para alejarme. No había en lontananza un paisaje que me llenase de ilusión, sin mariposas, el polvo posándose sobre el brezo y los zarzales de un día extrañamente caluroso en que la mitad del mundo era de color azul. De tanto amor, henchido como llevaba, decidí alejarme mas y más. No te describiré gran cosa si ya sabes lo que es viajar con una carga de amor. Imaginarte el recibimiento, los brazos, las bocas y la piel en su esplendor -poros como volcanes plenos de furia-. Y los olores debajo del perfume. El corazón repleto y a saltos bailarines, llenos de amplitud. El estómago carcomido por alacranes. Mi sexo humedecido por el deseo. Era caminando cada etapa de espaldas al horizonte de donde venía la luz,sin otro pensamiento que su cara en holograma moviéndose una y otra vez delante de mis ojos. Su piel oliendo a aceites de almendra, como siempre, su ropa llena de perfumes como la pasada primavera. He de decir que me

PIEDRA.

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Habíamos arrimado la piedra que tenía forma de triángulo, una de las esquinas era angosta, pesaba sobre seis brazos que la erguían. De niños jugábamos a ver que pasaba, en el monte las colinas no tenían final, Jugábamos contra la luz para ver el secreto de sus colores y el agua tan salvaje deshaciéndose desde la altura. La gran piedra era la causa. La teníamos de pie, y su efecto era soltarla. La vimos dando vueltas a veces como si quisiese subir al cielo rompiendo arbustos, en silencio, jugábamos a que una voz gritase entre la maleza.

158,962,555,217,826,360,000 Numerito de la Máquina Enigma.

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RÍOS.

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Acaso no lo recuerdas. El humo sube igual de frío.Y hay un halo entre la luz y la sombra en los atardeceres de febrero. Y aún hay unos ojos que miran a esas montañas. Esclava tierra abandonada. Pobres mujeres que trabajaban con sus hijos a cuestas . Pobres hombres a los que no les valía odiar. Que debían repartir la mitad del trabajo de sus tierras con el amo que no había puesto ni una mínima gota de sudor. Ribera del Navia azotada por un hermoso verde, donde las voces vuelven a contestarte desde el otro lado del río, y el humo sube recto y azulado como si fuera a buscar a Dios. A lo largo de los tiempos se fueron cayendo las gentes unas en brazos de otras, sin relatar ninguna historia. Cementerios baldíos llenos de musgo y tanto silencio. Y ni un sólo recuerdo que sea leve. Si ves al fondo esas nubes de algodón que lo tapan todo. Sí. Tanto silencio.

ESTADOS.

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Permanecimos allí en aquella postura, abrazados en aquella postura uno frente al otro, mi cabeza estaba ligeramente reclinada sobre su hombro, y me daba calor su cabeza, leve, tan leve, con los ojos cerrados, yo suponía que ella también estaba con los ojos cerrados. Algunas veces abres los ojos ligeramente y ves una semipenumbra que viene del mundo, yo había abierto los ojos ligeramente y veía, eso, un poco de luz que se filtraba a través de la ventana, y unos visillos ligeramente agitados por la brisa de la tarde, era por la tarde, hoy era por la tarde. Lo cierto es que estábamos escondidos no sabíamos de quién, para tan sólo abrazarnos en secreto y llegar a sentir lo que era sentirse tan tremendamente solos, sin darnos cuenta de que en realidad estábamos en el interior de una historia que quizás no empezaría a contase nunca.

OTRA DE AIRE PARA LA OCHO, POR FAVOR

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Merece la pena que exista ese color que te gusta. Que esperes a cuatro patas que te envergue tu hombre. Que ingreses al hospital para vivir cuatro meses más. Que veas el hermoso bostezo de un bebé. Que digas que sería de mi vida sin ti. Que te corras como un cerdo en el descanso del partido sobre tu gordita de siempre. Que un día hayas llegado hasta allí, un lugar lleno de cosas, y no sepas a que ibas. La brisa del mar es eso que pasa por tu cara y son como dedos, tan leves, tan suaves, que vienen de tan lejos, tan largos, tan infinitos. La pasión del aire sin que haya fuego. Yo no soy de ascensor soy de escaleras, el ascensor siempre tengo miedo a que se pare ahí, en el tercero, y quedarme allí dentro sólo con dieciocho metros cúbicos de aire, que no son nada, te los devoras en un santiamén, y luego qué, una vez que te los devores si no tienes más vas y te mueres. De quedarme en el ascensor me gustaría que estuviera Mara la esposa del dueño de la gestoría

VOLUTA.

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CAGAR O NO CAGAR, ESA ES LA CUESTIÓN. A qué nunca viste meter un puto piano por una ventana. Ni cumplirse esa paradoja de el piano que se cae mientras tu sales por la puerta del portal. Y son dos pasos. Y el avance del piano. Y tu avance. En una secuencia interminable hasta que varias notas de piano suenan mientras se deshace y tú te salvas por medio paso. Son pensamientos extraños mientras espero en este trono. Mi compulsión mientras estoy aquí es tener cojones para salir a la calle. Vencer ese puto miedo a la inmensidad. Antes de tomar impulso tuvo que haber un segundo de reflexión. Sin razón aparente. Había caminado mucho por el salón comedor. En su amplitud creí angustiado que no alcanzaría nunca el darle una vuelta completa ya que era un cuadrado perfecto. A veces alucino pensando en los actos más irreverentes. De momento me ha sido imposible cagarme en la cama a plena conciencia. Aunque prolapsado, aún detengo mis ansias escatológicas de manchar mi cubil. T

EL NIÑO DE FINDE.

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Tengo una espumadera en la mano de esas de malla fina, como las caretas que se ponen los de esgrima. Le digo, espumadera, no me jodas ahora, ¿vale? La tartera cogida con una bayeta por las asas para no quemarme, debajo la espumadera, y debajo de la espumadera otra tartera limpia de color orinal blanca, y voy vertiendo, sale un humo espeso que me empaña las gafas, y despacito, la espumadera cumple con su función social de espumadera, queda todo allí esparcidito. Apesta hermoso a caldo de garbanzos kabulillo. Como que al niño parece gustarle y les da vueltas alrededor del plato a las lentejas de ayer. Parece ser que no las quiere, y que las deja. Qué las comes por tu madre. Así que me le agarro el flequillo de Tintín, le pongo la cabeza hacía la lámpara y le embuto, esto pa tu puta madre, y esto pa tu abuelita de la parte de tu puta madre. Le dan aquellos vómitos y se le ponen los ojos al rojo, se tira por el suelo a patalear. Y fue el designio que la lavadora le da el chasquido

UN PEQUEÑO CUENTO SOBRE LAS 11 EN PUNTO DE LA NOCHE.

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Una vez dentro de ella me paré en seco. En realidad no sentía nada. Te digo que podía escuchar plenamente a la puta seseadora del tercero dar aquellas voces a la abuelita Sosorra, no te me entroresss con las hebrasss, saquessme la dentadurass, calamidásss, y mire lo que metess in lass bocass, bobaliconasss que tovíass nos lleva a toos a la tumba. Sonidos eran esos. Paisaje sólo había un poco. Lo ancho era de color calipso, lo estrecho de bastard amber, el profundo infinito de ese cían bobalicón y amariconado con el que se hacen pajas y dedos los poetas y poetisasss. Luego me moví dos palmos paalante y patrás, con cierto ritmo. Sobre la nuca su pelo lacio abierto en dos, y unas espaldas muy grandes, y el culo donde yo estaba, blando, hiperbólico, gracioso, con aquel olor que suelta la raja . Mi raja, también, con racimos de estiercol. Muy lúgubre y peludo a lo hipster, con sus grumos y lácteos, vibrante, con restos de alquitrán de mi amada Extendedora Sany.  Mi Sany.

CIRCUNCISIÓN.

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Un acto salvaje puedes no olvidarlo nunca. Los gritos que se dan en soledad resuenan en el olvido. A veces regresa esa voz como un leve siseo en el recuerdo. A mi el frenillo me lo quitó Rosa de la Escrita, en la vaguada del Cagarrón, un miércoles a las doce de la mañana, por Noviembre, con el pajar lleno de hierba seca como el azafrán que olía a hierba seca, muy seca, con ese olor que debes imaginarte de la hierba seca, a manzanas diría que era. Le dio la venada de la calentura y yo con dieciseis años andaba todos los días cascándomela, me la cascaba a todas horas. Aquello era un valle muy solitario lleno de vacas cabañes as sueltas, a veces bajaban perros asilverados que aullaban como lobos. Cuando se me tiró encima asomaba la Suca y la Ratina con un badajo pilón, husmeando por un portalón de roble y entraba una luz muy clara, y era como un resplandor mariano. La Rosa tenía un culo descomunal y unas tetas enormes, aunque el coño me pareció estrecho pero muy suave, nunca había

MONTESA.

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Mi padre conoció a mi madre mientras cantaban perfidia aquel bolero que decía te he buscado por donde quiera que yo voy y no te puedo hallar , y eso, para que quiero tus besos. Mi padre tengo entendido que nunca calentó bien a mi madre antes de follarla, la follaba a lo seco, como se le venía donde estuviera trajinado, al quite supertirón. Aquel día había pasado vestido de domingo con una gabardina blanca, peinado hacía atrás como José Antonio Primo de Rivera, montado sobre una Montesa Brio 80 de 125 cc, varias veces por el medio del baile para impresionar y que lo visen mientras las parejas se iban apartando como las aguas del mar Rojo en lo de Moisés, y el iba por allí muy chulo, encorbatado. Su trabajo le valió la Montesa. Dos años hincando campanas en Ensidesa para los altos hornos, y aquel miedo que se le metió a la oscuridad como si lo hubieran parido atragantado boca arriba, ya sin aire. Cuando iban por al mar espejo de mi corazón  fue cuando se encontraron sus ojos, lo

LECHONES.

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Selmo de Berducedo, que andaba a la piedra de pizarra con la carroceta de Falin del Reblero, para llevarla al tendejón de la Suca y hacer aquellos rectángulos cuasi perfectos para que la lluvia se fuera hacía abajo en torrentera como si la llevara el diablo. Selmo criaba. Tenía tres piedraines y dos belgas y una cerda white inmensa, blanca como la nieve, con aquel hocico respingoso y aquellas hermosas babillas, la grupa musculosa, las nalgas redondeadas y neumáticas . La white era de cría, le había dado doce lechones como doce soles. Bajaba a verlos antes de la atardecida a la corripa de Berzos hecha de palloza y xestales de la Arroba, para que aquel frío del arroyo de Canedo no los comiese. Nada tan hermoso el cebarlos a caldada, ponerles semilleras limpias, arroparlos en las frías noches de enero, verlos mamando incansables en hilera, acercarse al calor de aquel lomo recto y ver aquella tajadera sonrosada por donde tanto gorrino había salido, sacarse la polla, rozarla, restregárs

MUERDAGO.

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A mediados de noviembre salimos a podar manzanos. Yo no sabía si los manzanos se podaban en noviembre, pero salíamos. Ella escogía los que tenían ramas medio secas que habitualmente estaban llenas de esquejes de muérdago, tiraba del muérdago hasta romperlo haciendo antes varias reverencias, barbullando no sé que palabras mágicas. De todo el muérdago arrancado siempre se quedaba una rama espléndida con aquellas bolitas transparentes que parecían de caramelo . Me decía, corta por ahí y yo aceleraba la moto sierra y cortaba la rama que una vez caída sobre la hierba iba troceando para leña de la chimenea. Sobre las dos de la tarde cogíamos la carretilla y nos íbamos del manzanal. Pasábamos por delante de la casa de su hermana, un mujeron que te miraba sin quitarte los ojos, como si te siguiesen a todas partes, y llegábamos al bajo donde apilábamos la leña dejando las herramientas. Luego ella se ponía ha cocinar una sopa de pan con fuerte olor a pimentón picante a la que

SÁBADO.

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Sandra está repartiendo de nuevo las cosas por toda la casa. Las desubica y las vuelve a ubicar. Debe ser el frío que lo impregna todo, hasta el corazón. La noto furiosa pero llena de entusiasmo. No sé de qué luna está. Hay cosas desubicadas que han quedado puestas en lugares extraños, la cómoda, por ejemplo, con dos santones cubanos con las caras negras, y platos llenos de fotos en su fondo, y figuritas de todas las clases, cuadros también cuyos moradores miran fijos  en otra dirección. Si miraras por la ventana, no te puedes imaginar cómo llueve fuera. Y de qué color está el cielo, tan lleno de angustia y plomo.He de decir que estos ramalazos de agitación no guardan ninguna simetría, son aleatorios en el tiempo.A veces por la noche, cuando me habla tan agitada sólo puedo presentirlos.

CAFÉ.

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Una vez que estaba allí me arrascaba aquella parte del cuerpo que me picaba, a veces con gran insistencia hasta dejarlo rojo como una cereza. Había zonas de mi cuerpo que no alcanzaba para las que utilizaba un alambre encorvado con cierto contenido de acero que lo hacía rígido y punzante. A veces con los pedos salía cierta masa viscosa muy maloliente que se adivinaba a distancia de mi y que alejaba a las cuidadoras para dejarse el muerto al turno entrante. Pocas veces alguna disciplinada se acercaba. Aquello se convertía en un verdadero poso denso y extraño de olores de muchas tonalidades variopintas. Mi consuelo era la ventana siempre abierta hubiese calor o frío, ver como se agitaba una palmera blandiendo sus ramas desordenadamente, y las palomas que se posaban para atusarse o quedar cluecas o hinchadas sobre los ramajes que según la dirección del viento a veces se elevaban como para saludarme. Me tocaba la polla insistentemente. Era como si volviese a mi niñez. D