UNA DE TORTILLA DE PATATA.


Anita, que siempre nos decía que cuando se muriese nos seguiría viendo a vista de pájara, y que las cosas aparte de otras muchas cosas llevaban silencio santificado dentro, como las sanpedras de quiastolita que quitan el demonio si las cuelgas sobre el pecho,
o te pasan el mal de ojo si amenazas con ellas.
-La casa sigue allí medio destartalada. La maleza se ampara en la soledad y comienza a devorarla.
Aún me huele a tortilla cuando entro allí, llena de rayones de luz que la traspasan, y parezco adivinar un rastro azulado que me viene de la cocina, y el ruido del cuchillo asesinando cebollas y patatas, y a veces me huele a betún del negro, a alcanfor mientras una ventana deja una amplia claridad de sol estrellado sobre la moqueta con todas aquellas pequeñas libélulas moviéndose dentro de un tubo invisible como si tuvieran vida.
-Anita.
Soltó la palomita blanca por la boca ocho meses justos después de que Amancio el Ioputa soltase el último pedo y moviese la cabeza de tan muerto que estaba, después de haber subido con una rumana de Harghita en el coche al Mirador para ver la estiba y sentir el pitido de los barcos, y a que se la chuparan.
-Sí.
Me viene a la memoria, casi nítido, cuando entró en casa con la bragueta abierta, y la gran duda, que no supiese donde estaba, y que se le olvidase subir la cremallera, y que lo tuviesen que sentar a la mesa de la cocina con la mirada fija sobre las cenefas en forma margaritas con sus ojos rojos como si estuvieran llenos de mineral de hierro, Pantono, el Amancio que cuando iba a Benidorn por la época de las flores con un carrón de jubilados, saltaban por sildenafil los detectores del aeropuerto de Ranón.
-Sí.
Todos sabíamos de aquella que había muerto por superpotencia como el Capitán América, con unas venas de un centímetro de diamétro.
........Anitona con su cara redonda que me olía a aceite de girasol, y que cuando me ponía la mano arrugada y vieja sobre mi cara, se me volvían los dedos pequeñitos mientras yo cerraba los ojos para volver a ser un gran viajero de otros mundos. Todo esto cuando subo por estas escaleras viejas de madera,carcomidas e inestables, y percibo delante de mi en el piso de arriba unos leves crujidos de pisada de zapatillas en los escalones que se paran cuando yo me paro, y que cuando meto la llave en la puerta parecen seguir inanimados hacía la buhardilla llena de palomas y muñecas que sueltan musiquita si les das la vuelta, y que cuando abro la puerta me viene ese olor a patatas que se frien como si la pájara de Anita hubiese cumplido su promesa y me cogiera de mi pequeña mano para llevarme con ella por un pasillo que no se acaba nunca.

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