FATIGA.



No quiero hablarte del inesperado precipicio.
El vacío que dura unos segundos. La ingravidez como una inédita caricia.
Deseo meditar sobre la secuencia de acontecimientos
entre dos efemérides señaladas: el día de hoy,
y la celebración que harás mañana al despertarte
aún sabiendo tu nombre.

Sobre cuál es el mayor grado de desesperación que se puede alcanzar.
Si la angustia es un factor mensurable,
en qué escala o baremo estará el inicio de la quiebra.
A cuánta fatiga estaremos sometidos
para que la inicial fisura nanométrica 
nos haga romper en dos partes casi iguales.

¿Es cierto que al nacer empezamos a morir?,
-según los antiguos manuales en uso que describen la vida-.

Y el impulso que decrece. La inercia vencida por las heridas.

Y el corazón qué tiene que ver,
por qué pensamos que allí se manifiesta
lo que amamos,
o el hilo más leve de la esperanza.

-Cuándo te has dado cuenta,
de ese obsesivo presagio
que te llevará al reposo de lo inerte.

¿No has oído el sonido que le precede,
fuera de toda lógica,
propagándose en el vacío?



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