EL FRENILLO DE MI POLLA.



No es inverosímil que cada cual tiene sus acontecimientos principales. Aunque mis años ya me han llenado de lentitud incluso para los recuerdos.

Ayer llegué al Morille a las tres de la tarde después de cuatro horas en tren hasta Salamanca y una de autobús por una carretera rebacheada mil veces. El día era de cielo alto con esas nubes planas de un gris clareado que hacían la llanura inmensa a cualquier lado que mirabas.

A veces esas amplitudes me desesperan un poco. Llegué bien pasadas las cinco de la tarde con una claridad increíble por todo lo llano que había.

Mi hija Serena está exagerada, se le pusieron unas piernas enormes y las caderas rectas, a Logio, su marido, lo mismo, es una línea recta y tiene un promontorio por barriga, se les ve bien cebados.

Me viene el niño sin darme ni un beso con su premura, que ya no es tan niño con sus diciecho años, a consultarme lo del piercing para tomar la decisión de ponérselo, un piercing tipo frenun de esos que atraviesan el glande y el frenillo, que el tipo diode con bolitas como que no le gustaba, el sabía que yo lo llevaba y sabía a lo que venía, a que se lo enseñase.

Le saqué la polla en la salita y la vió toda descolgada, metí el dedo indice por dentro del aro y se la levanté como si fuera un bicho muerto. Le dije lo del callo, y las ventajas de que te corres mucho más tarde.
Cuando estábamos con las enseñanzas entraron los padres con dos bocadillos de sardinas y unas coca colas, comían como burros viendo la televisión, ni se inmutaron al ver mi colgajo.
El niño tiene una polla de nada, pero no hay quien se lo quite de la cabeza lo de clavarse el frenillo y unirlo al glande. Allá él.

Lo que no le conté al Niñato fueron las horas de siesta que me pasé al lado de la tapia del cementerio con la polla fuera para que el sol la curase y pusiera como la mojama.

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