SUCCIONADOR.



QUIZÁS HUBIESE SIDO DE ESTO HACE DOS AÑOS.
Cuando entré en la cocina le dije aquí huele a líquido de frenos y a encerrado, y también le dije, hoy tampoco me vas a dar la teta, esto último se lo dije con ciertos arrumacos.
Estaba trajinando sobre la meseta de mármol, moviendo aquellos dos rabitos del mandil que descansaban sobre su amplio culo, trajinaba y trajinaba, luego sacó de la nevera doce zanahorias, tres puerros, cuatro huevos, tres cebollas, varios brotes de coliflor, y una fiambrera de cerámica de hígado encebollado con una leve capa blanquecina sobre su superficie, como de haber permanecido allí varias semanas, y comenzó a meterlo todo dentro de la hoya con cierto orden. Cuando acabó de poner todo en el fuego, va y me dice, vente para la silla. La silla estaba de espaldas a la ventana que reverberaba una enorme clarividencia resplandeciente, me dijo, apoya tu cabeza aquí mientras se sacaba su enorme teta izquierda, tan suave de piel como un celofán, con un gran areola que rebordeada como un tapete bordado, y un pezón en forma de fresón. Así, acurrucado comencé a chupar con aquella cadencia en forma de caricia al mismo tiempo que succionaba sin cesar. Con mi mano derecha me acerqué a su entrepierna, hasta lograr meterle por entre sus bragas y alcanzar su mullido coño, la otra parte de esta cotidiana ceremonia, maseajarla a ella también con mi dedo indice. Estaríamos unos diez minutos largos, succionando y masajeando al mismo tiempo, hasta que a ella le dio El Aquello apretando mucho sus muslos sobre mi mano.

Un poco aturdidos, quizás, sin darnos cuenta, quiźas, áun calientes, quizás.
El niño se había acercado hasta nosotros llorando, con la boca llena de mocos, intentando reptar por sus pantorrillas hasta sus caderas en forma de silla.

Cuando yo le dejé el regazo, se lo volví a decir, le dije, aquí huele a líquido de frenos y a caldo de cerdo, cuando acabes con el niño abre la ventana.

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