COCOROTA.
Llevo
días dándole vueltas.
Yo
no creía en aquella teoría de los hombres corocota de camello. Pero
cuando vi a mi Agustinico por primera vez empecé a creer en aquella
teoría de los abovedados con un pequeño valle entre la zona
parietal y frontal del cráneo.
Cuando
Emerita llevaba seis meses preñada de Agustín le entraba un furor
extraño coincidente con las lunas. Yo me imaginaba que lo hacía con
el fin de tenerme satisfecho por el miedo a que se me subiese el
semen al cerebelo y me saliese por los ojos. Pero no, era porque a
ella le iba la marcha de un modo extraño.
Así
que nos disponíamos con un cojín gigante en forma de corazón rojo,
ella en postura supina forrada la espalda completamente en pelotas y
yo envergándola casi como si se la metiese por el culo. No era así.
Se la metía por donde el Agustinico saldría dentro de tres meses
bien contados. Y era tal la excitación, que había algo de sadismo
en los tres últimos quites a vida o muerte. Tan fuertes eran los
envites que alguna vez temía que se le fuesen a salir las bolas de
los ojos como ya dice el vulgo.
Hasta
bien entrado el noveno mes lo hicimos con fruición casi salvaje, yo
muy envarado, con mi glande redondito bien regado, muy dilatada la
rendijita por donde sale la meada.
Algunas
veces en la última embestida tenía esa sensación de chocar con la
cabecita del Agustinico, una y otra vez, de forma frenética.
Ahora
que lo tengo en brazos, y le miro la cabeza, y que lo observo
detenidamente bien, empiezo a creer en las corocotas en forma de
glande. Cuando voy por la calle, con esta moda de los rapados, no
paro de remirar todas las calvas con ese pequeño oquedad en el medio
de la misma sutura Fontanelle, descaradamente fascio y en forma de
capullo.
Lo
bueno es observar desde platea, tanto cráneo resplandeciente, con la
misma pipita de mear mirándote hacía arriba.
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