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Mostrando entradas de diciembre, 2015

WALTER.

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A Luis Walter Alvarez se le cerraron los ojos antes. Tocado con un mandil de plomo detrás de una mirilla diminuta vio el cielo grande y el resplandor enorme. No había palabras ocultas, no había palabras futuras, no había palabras de ahora para describir aquel resplandor originado por el bulto soltado por el Enola Gay. Era toda la muerte posible que se podía originar en menos de un segundo. Nunca supe si las pupilas de Walter Alvarez llevaban parte de los hermosos castaños  que bordearon el río Narcea. La luz fue enorme, tenía dentro miles de almas. Qué biografía escribir sobre las nubes. Empieza diciendo: todo estaba lleno de muerte.

EL LUGAR.

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Se lo dije el día anterior, ya sabes como se dice eso, estás cagado de miedo pero se lo dices, si vuelves a venir te descerrajo, así con todas las palabras, y lo dices mirando de frente para imponerte, no hubo mucho más porque creo que tuvo miedo y se marchó. Yo tenía una china y una negra con las tetas al aire colgadas de la pared, una decoración sencilla que a la dueña de la pensión le parecía mal, la clásica ventana sobre el lateral de la cama, la mesita con un hule carcomido y su lamparita medio quemada. Me pasaba la mayor parte del día tirado en la cama y boca arriba, o de lado mirando hacía la puerta por si fuera a abrirse de repente. Era aquel miedo. A veces sobresaltos. No se sabe por qué a los dos días entró de nuevo con su cara furibunda  como para comerte, con aquella respiración agotadora, igual que si le faltara el aire, o no hubiese suficiente en la habitación. Le dije, de aquí no sales, ya no sales nunca más, se lo dije sentándome en la cama. Recuerdo