PARA UN SER FORZADO.



Algo sucedía.
Nos dimos cuenta al sentir aquel largo grito lleno de terror.
Al quinto día tuvimos que abrir la puerta del segundo lado. Lo dejamos a su albedrío, en el sentido de que encontrase la salida como le viniese en gana, en el sentido de que sería la suerte, el azar de pasar por delante de la abertura que ponía aquella flecha roja sobre la palabra exit lo que llamase su atención. Tal era su ofuscación  que pasó dos veces sin darse cuenta, quizás confundido por la apariencia del fondo azul del exterior que hacía juego con el fondo azul del interior de aquel pasillo.
Le dio por salir a la tercera vez orientado por una leve brisa de aire frio que rozó su cara.
Estuvo en el umbral que daba a su aparente libertad largo tiempo mirando hacía los lados. No sabíamos lo que realmente quería mirar. Se dio la vuelta y vio aquella inmensa oscuridad al fondo, y varios focos en los extremos que daban vida a una amplia y difuminada penumbra. Estaba al frente. Sólo sentía leves murmullos y el carraspeo a intervalos de los espectadores.
Fueron unos raros instantes en los que el tiempo pareció detenerse.
Los aplausos atronaron desde aquella inmensa e improvisada platea. Percibió con sus ojos ya acostumbrados a los resplandores a las personas que estaban en las primeras filas, las aclamaciones, los hurras…los silbidos.
Poseído de extraños gestos. Las manos sudorosas empezaron a apretar sus oídos, y sus ojos muy abiertos delataron un tremendo terror.
Insoportable para él, dio la vuelta y se metió otra vez en el laberinto. Ahora corría y corría despavorido dando imaginarias vueltas hasta que cayo rendido apoyadas sus espaldas en la pared del único y solitario pasillo, en aquella posición de cuclillas, la cabeza completamente hundida entre las piernas.


Sonó la estridente señal torturadora que le indicaba su último minuto. Las cuerdas atadas a sus brazos y a sus piernas se tensaron levemente, luego fue el hilo atado a la articulación de su boca tensándose lentamente y aquel desgarrador grito.

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