SOMBRAS.



Yo permanecía inmóvil cuando era crío en el lugar donde no me alcanzaban las sombras que se movían, como alucinado. A veces la lluvia se arrastraba por los cristales a dos palmos de mis ojos y era todo un ulular si añadíamos el viento y los perros lejanos. De todo lo que se puede caer del cielo recuerdo una bola de colores que fue andando hasta allí, arrastrándose, como se hace al girar sin apenas contacto. No sabía que hay voces largas que se parecen amenazar pero sólo aman. Eso fue muy después, un tanto así de distante, de no sé cuántas lluvias, de no sé cuántos paseos hasta la sala donde las ramas de los chopos se agitaban tras la ventana, aquel día que me puse de pie en secreto por un arte de magia sublime, y vi aquellas sombras en el suelo de madera que se decían cosas horribles mientras mis padres se amaban.

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