LENGUA.



Le dije, entre tanto desánimo hoy deberías darme un poco de placer. Incluso le afirmé, el amor fue la primera dimensión. Antes que todas las dimensiones ya estaba el amor recto e infinito.

Este día es necesario, con tanto frío sobre mis manos.

Déjame hacerte el macho suplicante. Estamos en la estación amorosa, y debes darte la vuelta: hay una mariposa en la alfombra que  aún no está del todo muerta.
Las paredes blancas, no sé en que parte la geometría perfecta del cubo, y en el techo nubes defectuosas entre sombras.
En este juego deseo vivir en tu orilla entre párpados abiertos ligeramente aceitados.
Previamente buscada tu amplitud, dos dedos abriéndote en una medida perfecta.
Sin escupir mis desdichas, sin decirte nada osado escupiendo.
Donde habitas  meto la lengua para indagar antes de cerrarse. Nada es pútrido en ti.
Luego juegas como metiendo cosas donde se acaba el vientre, donde a veces empieza el mar desde tu boca.
Sibilas mentirosas que adivinarán nuestra muerte en este trance contagioso.
Caín y Abel, indistinto. Gomorra se llenaba de cenizas y aún jodían apresurados con polvo en los oídos, los rostros de un gris fantasmagórico.
Joder y contemplar tu alma, avanzar en zigzag  la lengua por las quebradas de tu  línea pectinea. Deseamos siempre sentir lo suave contra lo suave.
Pétalos no hay, no hay.
Esencias de flores de Bach, no hay.
Para gozar del cielo es necesaria la inspiración, no basta mirarlo.
Si te das la vuelta he de sorprenderte, sodomizarte, sumido mi rostro donde te acabas.
El tiempo necesario hasta que abras la boca mirando al suelo.
Aún la mariposa del invierno está dando vueltas agónicas sobre si misma, sin acierto a dónde. La armonía en si misma será su reposo absoluto en lo inerte.
Llámame un día de estos y te hablaré por el culo hasta que salgan de tu boca palabras de amor.
No apagues la luz nunca más, oscuro no me gusta, me da miedo,  -tápame el pecho con tu espalda-.
Dime que vaya a verte, yo no me atrevo a pedírtelo.
No sé cuanta vida hay cuando te miro, cuánto me queda, cuánta miseria percibes en mis ojos.
Ni cuánto queda para dos horas, ni cuánto es ese tiempo.
Dime, ven.
Dime, trae los ojos abiertos y la boca. No traigas la esperanza.
No necesito tus manos.
Pregúntame.
Cómo sabe  tu mierda.
Y quédate conmigo hasta que la mariposa esté quieta.
-Dos horas sólo sin ver el abismo, es un precio justo-.
En su forma de pervivir, la muerte respira por última vez por donde te meto la lengua.

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