AITANA.



Hasta la saciedad
es un sueño repetido. Me dice el Dios:
Qué pregunta debo hoy hacerme. Aitana. Otra vez.

Hay una parte de azar para que ocurra un suceso, incluso en toda inmovilidad aparente.
Son antiguas paradojas: Aquiles y la tortuga, el arco y la flecha,
sin alcanzarse nunca,
o recogiendo un impulso.

Aitana con su regazo abierto.
Todo es posible, llevar comida hasta su nido.
Ir allí donde no hay hambre. Aquí.

Es muy cierto que antes de devorar digieres mentalmente la presa.
Y que la imperfección está decorando las esquinas donde hay algo expuesto.
Pero no estoy de acuerdo que para regenerarse todo debe destruirse.
He sabido que de lo inanimado procede lo animado.
El insecto que debajo de tu zapato sobrevive,
sale reptando en un gran desafío, y es una burla para la fortuna,
o la semilla que explota para alejarse por un designio que casi parece imposible.

A veces los ojos de Aitana, fresas en sus uñas. Y el pelo en forma de música.

No es una casualidad que si algo se  muere, algo tiene que nacer.
No es una casualidad que algo que está aquí esté en otro lado a la vez.
No es una casualidad que un  hombre ya muere cuando olvida su nombre.
No es una casualidad que  un ser humano nace cuando lo señalan.
En el amor suceden  dos estados, cuando estás y te aprieto,
cuando sobre mi queda tu mano, aunque ya te hayas ido.

Si me cortasen ese hilo invisible que une a ti. Aitana con tu velo blanco en el pelo.
Mi vientre lleno de burbujas porque voy a verte.
Aitana como una noticia.
Te ruego una paloma mensajera.
Hoy.

Ante toda imposibilidad, si exceptuamos el descuido,
antes de asesinarlo,
un hombre siempre te mira a los ojos.

Si no vienes volveré a oír palabras como un loco.
Aitana en el fondo del agua.
Tu cara.


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