CEREMONIAS.


Si avanzo me obligo a detenerme ceremoniosamente. No de cualquier forma. Debo parar con los pies juntos. Tengo más puntos débiles, como es el de prever en el sentido de una premonición. O cómo he de hacer para inventarme otra ceremonia. Me apasionan los ritos religiosos, la esquizofrenia colectiva, en masa.

-Un gramo de arroz abandonado, es un gramo de arroz lleno de pena y soledad, los he visto sobre los azulejos de la cocina.

Puedo provocar compasión por mis momentos de elevada ansiedad, cuando pienso que mi destino fatal ha de cumplirse, porque una de las ceremonias se ha ido fuera del protocolo establecido.

Voy a deciros algo, es muy difícil que tenga afecciones de estreñimiento, mi gozoso orificio es amplio. Ideas suicidas, sí.
Un ligero desdén cuando es de día. Por la noche las ceremonias son denigrantes. Están llegando al paroxismo. Imagínate hacer que dibujo sobre un espejo un corazón, y dentro de ese otro corazón, y otro, hasta que llego a un punto, y sin levantar el índice digo las palabras mágicas.

Ayer. De extraña luz, por donde el solete esconde su carita. Al lado del mar en un ritual desolador e imperfecto de colores.

Ayer lunes.
Luego de todo eso.

La niña se llevó una bolsa de patatas, cuatro pimientos, y un kilo de arroz de la alacena y un manojo de sobres nuevos de correo. A Menchita, mi mujer se le cae el alma al suelo, es como si lo robase me dice, lo mete en una bolsa del mercadona  y lo tapa con papel de periódico, luego se queda un rato viendo la televisión, los tres juntos, y se va sin cenar.
A eso de las buenas noches. Yo sé que es lentamente.

Ahora me da por santiguarme sin que me vea Menchita, así de rápido, por si acaso. Me santiguo y me paso las manos por el pecho en círculos, y vuelvo a detener el dedo dibujando un corazón sobre el corazón, y vuelvo a decir las palabras mágicas.

Si abres la puerta quédate ahí.
Van por el aire las palabras mágicas AnoséDonde, un lugar extraño lleno de palabras máginas.

Gotea el contador del agua entre unos azulejos blancos . No cuenta. Gotean las cisternas y por la noche son puntitos sonoros como leves estremecimientos de hojalata. Una ventana tiene el mal del “cierre desajustado”, le duele,  y sisea. El vecino de arriba pernocta paseándose por el pasillo, su bastón es discontinuo a un metro de longitud de onda, como el El capitán Ahab.
- ¿Debo coordinarlo todo?.
- Difícilmente.


Posiblemente podríamos llegar a un punto de ignición. Se capta una gran densidad de materia negra, la siento sobre mi como una tela de araña que me hace pesado y ruin. No como un ángel.
Asomé la cabeza entre las cortinas. Lluvia fina, después de grandiosos rojos y añiles.

Este fenómeno natural relacionándolo con el axioma de la vida: de cómo alegóricamente convertimos en cenizas cosas tan leves como el alma; de cómo el alma emerge vencedora del fuego, incombustible, sin una mala sombra negra; de cómo un niño instintualmente “mea” sobre un pequeño fuego hecho entre envolturas de papel y cegadoras volutas de humo. Todo tan ancestral como el instinto más profundo de nuestro inconsciente colectivo.

Hoy le estoy dando los últimos retoques a estos impulsos.


En el baño, aún esperando de pie, por enésima vez, a tener ganas.

Me doy la vuelta hacía los feligreses, alzo los brazos, y no les digo alabanzas, no les deseo paz, en esta ceremonia les digo: iros a tomar por el culo, joder.



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