ÉPOCAS.



Diseñada para que el fuego en su costumbre,
dejara luces de colores
al quemarse su corazón,
para que sus ojos siempre te dijeran algo
en el sentido de voy abrir muchísimo los brazos.

La había elegido para muchos años,
desde aquellos tiempos en que posábamos la palma de la mano
llena de barro,
cuando el agujero de una botella podría ser  el fondo de un lago
y el miedo inventó nuestros dioses una noche de verano.

Surgió el sofá, la extraña campana de la cocina,
y las puertas, y una ventana que daba a otros mundos
con un trozo, arriba, de cielo purpura.
Pasaban nubes.
Pasaban los martes.

Estuvimos mucho tiempo cenando -ella de lado-,
casi treinta años, pasándonos cosas, el pan
y todas las dificultades, los dolores de los brazos,
a veces la lluvia.

Nos divertíamos pensando en los secretos
mintiendo con los ojos
yo a veces soñaba que hubiera sido una diosa Freya
de vez en cuando la luna en su equinoccio
atravesando un tendal lleno de ropa.
Pudiera ser la fortuna,
tenerte allí,
por si necesitaba que me ayudaras a levantarme.

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