TUMBAS.




Estuve en una pradera larga con bordes recién segados,
olor a hierba machacada.
Bordee la tapia y una verja de hierro,
Tumbas de 1945, una del 19,
Y una del 36, asesinado.
Subí unas escaleras empinadas,
un grifo goteando entre botellas de plástico,
pasé las tumbas de los niños, lápidas destartaladas,
flores eternas de color azul, y ángeles.
Repasé varios pasillos y nombres:
Ernestina,
María,
Agustín,
Consuelo,
Pedro.
Y una lápida caída del 34,
rota.
Casi al final, en una hilera que daba al desagüe,
la tumba de mis padres:
1998, 1983.
Me quedé de pie, cerrados los ojos,
puse flores con color de recuerdos.
Y a la vuelta,
los niños, otros nombres,
y el olor a la hierba.

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