TORREMOLINOS.
Cuando
marchamos del hotel Bajoncillo de Torremolinos mi suegra Amadora, La
Florencia, y yo, llevábamos las maleta de la Amadora llena de
toallas, jabones, albornoces, las sabanas y fundas de la cama, y las
lámparas candil de la pared.
Yo el día anterior a la marcha me subí
un destornillador de estrella del Volkswagen y arramplé con dos
apliques esquineros, los toalleros y la televisión "tedete" que
colgaba sobre la pared, también baje un embellecedor de repisa con
espejo, y los floreros de plástico que había en el hall de entrada,
las tapas del vater, y los tapones de registro de los videts.
A mi me
vinieron aquellos retorcijones como si me hubieran apuñalado, cuando
estaba sobre la cama desatornillando los colgantes de piedra de la
lámpara del techo. Fue cuando me entraron aquellas ganas de ir al
baño, igual que si me estuvieran agujereando con un abre cartas, y
lo hice todo como de papilla amarillenta, que no suelo, que
soy de un estreñido de mete el dedo y dale vueltas.
Le
dije a la Amadora, usted salga pitando para el Volkswagen
mientras yo liquido con los pingüinos del hotel.
Al
contrario que su hija, obedece, es muy sigilosa y pensativa, habla
poco La Amadora.
Yo a la
Amadora la llevo follando desde hace cuatro meses que me casé con su
hija. Los primeros días de casados empezó viniendo a casa por la
mañana, cuando Florinda fregaba en los Juzgados. La Amadora tiene
cara de indígena como el Evo Morales pero a lo
guapo. Se llegaba por allí con toda la boca pintada de rojo, a
lo Marylin, y con el moreno le hace algo exótica.
Un día que yo ya tenia el traje de vigilante medio puesto, y era como si la
cosa del uniforme le fuera en plan sádico o a lo guarro, entró
directa a la cocina con esa ropa que se pone tan prieta, enseñándome
la regaña de las tetas. Pues me vino aquello de que algo “ me
quería” la muy zorra. Yo me crezco y no deduzco, a lo
lanzao, y la arrimé contra la nevera y del golpe que le dimos se
puso a cargar el freón como si fuera un reactor.
Se hizo la violada con unos chillidos de cría de coneja, le tuve que hacer la presa del "espatarrao", piernas sujetas con rodillas, mano atrás fijada a la espalda y la otra mano al coño. Cuando le cogí el mondongo como que se quedó indefensa, tenía pelos hasta el ombligo, y le metí el dedo y supe que lo quería de la "valvulina" que soltaba, luego le dije, o se queda quieta o le pego dos hostias, que le doy, vale, que le doy un hostión que la dejo sorda, que se me quede así, ¿vale?.
La cosa fue que paró de repente y se lo hice allí mismo, cinco minutos de culeo por delante, y cuando se la saqué se calló de bruces del gusto que le dio, estaba llorando como una magdalena arrodillada de lado. Y le dije, pues todo suyo, arregle un poco esto que yo marcho, y si nos hace una tortilla con pimientos, muy agradecidos...
Luego vino muchas veces, siempre con los labios como la Marylin, y partir de aquel día ya fue sin prolegómenos, lo hacíamos en la cama de matrimonio, total ella me decía que olían a lo mismo, cosas de mujeres, la Amadora y la Florencia usaban los mismos mejunjes, que yo llevo muchas veces en los labios ese sabor de polvos y cosas de perfúmenes, y no lo quito; beso a la una y a la otra y es como el mismo vino de la misma botella.
--La
Amadora es de follar reposado, vieja pécora, le tengo aguantado
hasta treinta minutos con ella dentro-.
La
Amadora y la Florencia no cabe duda que huelen a lo mismo. La
Florencia es más a lo Letizia Ortiz, desgarbadita,
pero cuando la chupa bien es como si te la sorbiera una catadora
de Westfalia. Me viene por las noches cuando llego a
las doce con infusiones de anisitos para mis
retorcijones. La noto como un poca ida, en otro mundo, le tengo que
llevar la cabeza allí y antes iba sola, ahora es como si no quisiera
o no supiera, o hubiese sudores paranormales de la otra bruja en la
entrepierna.
Antes
iba sola, yo no sé si le huele ese rastro de sudor de vieja que
queda de por las mañanas. El olor es un sentido extraño, algo
demoníaco, es como si el presentimiento fuera oleaginoso y lo
destapasen las esencias. A la bruja le digo que no se le escape un
pelo, y los rebusca como azafrán en rama, luego lo dobla todo,
pliegue a pliegue, inmaculado, con las flores bordadas en la misma
parte de la cabecera, y los cojines en esa proporción simétrica,
entre un sol de trapo que queda desparramado en la misma esquina de
siempre, puesto como un huevo. Luego abre las ventanas y lo airea
todo.
Me
viene ese frío repentino en el estómago cuando me marcho de
vigilante por las mañanas.
En la
esquina de siempre y casi sin ganas se lo dije, es que la
Florencia sospecha, que lo sé, y ella me dijo lo del perfume, que
huelen igual, que huelen igual, pero yo la veo a ella como
algo santera, me da que lo de los anises es cosa de magia, y que las
dos me follan y me envenenan por igual; como que ayer Domingo estaba
colocando en el baño los apliques del Bajoncillo sobre una silla, y
la Amadora me cogió por los huevos mientras mi mujer hacía una
tortilla en la cocina.
La
mujer no fue hecha para levantar sacramentos, son muy raras, lo mismo
me están matando.
Me ha
venido una cosa aquí a la garganta y me he ido a mirar al espejo,
miro la repisita que puse del Bajoncillo y me miro a mí, y las
siento a ellas como un siseo lleno de secretos. Tengo la tortilla
aquí debajo de la nuez y no puede salir. Sobre el espejo mi cara no
es de este mundo y presiento que este silencio tampoco lo es. Al
reclinarme sobre el lavabo me viene un mareo de balancín de feria,
repentino, como si toda mi sangre se hubiera puesto de ojos para
abajo.
Cuando
me estaba cayendo ingrávido sobre los azulejos, me dio tiempo a ver
mi cara, y detrás de mí a ellas dos con una mueca casi rijosa, como
si hubieran venido para verme morir (porque era verdad que me
estaban matando).
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