SAPO.
El sapo tenía una
filigrana de huevos sobre el agua estancada, como un cordal casi
invisible y transparente. La luna era tan inmensa que hacían sombra
los brezales sobre el río en forma sierra, casi plana el agua, con
un ligero vaivén sobre las rocas llenas de posos blancos. Habíamos
bajado corriendo los tres casi dando tumbos a todo lo que nuestras piernas
daban hasta la codera de maleza y piedras donde el agua se escondía
densa y amansada.
De lejos se
escuchaba la música de la fiesta, algo de ritmo de acordeón y un
poco de ritmo de bajo, y un saxo, lo otro era el agua a cada poco
balancearse, chocando sobre las losas planas de la orilla que la
amortiguaban. Cuando llegamos sentimos los sapos saltando al agua, y
decidimos agacharnos en el silencio más extremos, sólo
respirábamos. Cuando Pendi sacó el cigarro hubieran pasado unos
cuantos minutos, lo encendió con cierta experiencia, lo caló, y le
vio la brasa roja como una luciérnaga, y hecho el humo con una
bocanada espesa y blanquecina. Vimos como la luna dejó subir el humo
hasta que se difuminó muy alto.
El primer sapo se
asomó despacio entre unos rastrojos pelados y secos, era inmenso, se
apoyo sobre las patas de atrás y daba la sensación que nos
observaba. Pendi y yo lo veíamos detrás del trasero de Amaro, y se
lo dijimos, date la vuelta despacio y cógelo. Por algún reflejo
extraño, el gran sapo salto en la dirección equivocada que era la
de su mano, el se levantó de un brinco y nos lo enseño como un
trofeo triunfal con su brazo estirada, y sus patas pataleando
desesperadas. Fue menos cruento lo que hizo Pendi, encender otro
cigarro, calarlo dos veces, mientras yo abría la boca del sapo con
dos palos y el se lo presionaba, colándola hasta el final, en su
boca extrañamente blanca.
Un sapo con un
cigarro tiene ese aire aristocrático, y es verdad que parece fumar
como un viejo cansado y reflexivo.
No soltaba el
cigarro. Lo posamos a unos palmos del agua y no se movía, cada poco
tiempo veíamos la brasa del cigarro iluminarse una y otra vez.
Seguimos mucho
tiempo allí. El sapo parado con su cigarro en la boca. De vez en
cuando lo girábamos hacía la claridad de la luna para ver su
barriga, pero no se hinchaba, sólo percibíamos a duras penas un
leve movimiento en su barriga. Permanecimos agachados rodeándolo en
silencio. El tiempo pareció pararse por un extraño sortilegio, el
sonido de la música parecía alejarse a veces, otras veces era
nítida y fuerte. La luna era tan larga sobre el agua que parecía un
camino blanco y hermoso por el que pudieras ir caminando sin hundirte
al lugar de nunca jamás.
Cuando pendi levanto
su bota dijo, no espero más, el cigarro se había apagado en la boca
del sapo.
El sapo quedó
aplastado contra las piedras, y gotas de su sangre sobre nuestras
caras, luego lo elevó por una pata y lo tocó sobre su camisa
blanca, quedando un manchón rojo.
Lo hizo tan de
repente que nos levantamos asustados.
A veces el subir en
la noche era muy cansado, estaba la cueva del Crucero, según subías
veías la oquedad espesa y oscura. La senda estrecha dio al camino y
nos pusimos al par. Al llegar a la barra de la fiesta Pendi se hizo
ver con las manchas y comenzó a contar lo del sapo.
...... Media
cajetilla de ideales y su barriga se puso como un globo rojo de los
colgados allí, fueron cinco minutos, calaba uno detrás de otro como
un poseso para que se hiciese la leyenda del sapo fumador. Reventó
como un neumático, en trocitos diminutos, muy de repente.
Por allí abajo,
donde daba el agua, quedaron las huevas en forma de collar, dando
varias vueltas mugrosas.
De la luz de la
mañana el agua con clareones de plata, y mucho el silencio que daba
el humo de las chimeneas que subía tan recto, casi sin aire.
A esa hora, en que
pasaba la pareja de la Guardia Civil y lo paraba todo, nos fuimos a
soñar.
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