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Mostrando entradas de marzo, 2014

NACER.

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Todo estaba por nacer. Sólo me vencían en los sueños los largos caminos. Me faltaban los brazos. La luz apenas. Ni un ánfora con agua por si hubiera sed. Sin sílabas. Sin lágrimas. Por nacer las tardes lluviosas. El llanto. Y tanto dolor. Las risas. Sin necesidad de las noches. Quedaba todo el tiempo para tantos viajes. Sin contar los días. Sin deseos.

TOMATES CHERRYS.

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Me dejas balancearte entre las ramas de fréjoles – medio solos en el bosque-. Déjame, anda. Fagocítame. Por fin he salido expulsado de esta gravedad a otra gravedad. Y voy por ahí con todos los conocimientos adquiridos. Y el último sabor de tú coño sulfatado, entre las redondas hojas de los kiwis. Es difícil predecir el comportamiento humano. Su coexistencia no es lógica. Aunque excepcionalmente exista algún milagro -creo firmemente en la teoría del caos-. Y en la formación profesional a todos los niveles, minuciosamente, elaboradamente, estudiado pacientemente: licenciado en electrodinámica cuántica, y un máster sobre las  Reglas de Feynman. He contado tantas veces cosas que se mueven. Tantas veces he contado los lados de los objetos que no son curvos. Las aristas de todo lo que contiene aristas. Mi propio desplazamiento en pasos: a la ida y a la vuelta. He jugado muchas veces a regresar contando de nuevo lo que había contado hacía l

TORREMOLINOS.

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Cuando marchamos del hotel Bajoncillo de Torremolinos mi suegra Amadora, La Florencia, y yo, llevábamos las maleta de la Amadora llena de toallas, jabones, albornoces, las sabanas y fundas de la cama, y las lámparas candil de la pared. Yo el día anterior a la marcha me subí un destornillador de estrella del Volkswagen y arramplé con dos apliques esquineros, los toalleros y la televisión " tedete"  que colgaba sobre la pared, también baje un embellecedor de repisa con espejo, y los floreros de plástico que había en el hall de entrada, las tapas del vater, y los tapones de registro de los  videts. A mi me vinieron aquellos retorcijones como si me hubieran apuñalado, cuando estaba sobre la cama desatornillando los colgantes de piedra de la lámpara del techo. Fue cuando me entraron aquellas ganas de ir al baño, igual que si me estuvieran agujereando con un abre cartas, y lo hice todo como de papilla amarillenta,  que no suelo,  que soy de un estreñido de  mete el dedo y

PACHARÁN.

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En el informe. Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blanca. Este paciente se llamaba Aniceto Loirán Expósito. Con cincuenta y tres años. De mediana estatura, enjuto, con ojos escarbados, de espaldas anchas y ligeramente caídas. Con leve andar catatónico, dado a la ceremonia a la hora de avanzar. Vestía siempre muy bien. Paradógicamente muy pulcro con su higiene personal Fue ingresado por su alcoholismo crónico. Un año antes había sido expulsado de Alcohólicos Anónimos (A A). Tenía una capacidad innata para la persuasión. A las dos horas de haber dicho: ...me llamo Aniceto Loirán Expósito, y soy alcohólico..., había logrado que los diez compañeros presentes y el terapeuta cogieran una gran borrachera a Parte de el escrito por un puño tembloroso. No quebrantada la luz. Ningún vértigo. Sabía que hasta allí llegaría su sombra. Más allá sólo una pared blan

MILES DE VECES.

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Concluida una historia muy larga, tantas veces a esta hora en este día, la esquina que daba a la ventana, el pan blanco, dos platos, dos vasos. De cierto no sé cuánto tiempo, viendo avecinarse el futuro, hasta que un día la casualidad se detuvo, y fue más amplia la luz, más difuminada la penumbra, más solitario el hueco, sin nada, en silencio, aquella hora repetida, miles de veces.

SAPO.

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El sapo tenía una filigrana de huevos sobre el agua estancada, como un cordal casi invisible y transparente. La luna era tan inmensa que hacían sombra los brezales sobre el río en forma sierra, casi plana el agua, con un ligero vaivén sobre las rocas llenas de posos blancos. Habíamos bajado corriendo los tres casi dando tumbos a todo lo que nuestras piernas daban hasta la codera de maleza y piedras donde el agua se escondía densa y amansada. De lejos se escuchaba la música de la fiesta, algo de ritmo de acordeón y un poco de ritmo de bajo, y un saxo, lo otro era el agua a cada poco balancearse, chocando sobre las losas planas de la orilla que la amortiguaban. Cuando llegamos sentimos los sapos saltando al agua, y decidimos agacharnos en el silencio más extremos, sólo respirábamos. Cuando Pendi sacó el cigarro hubieran pasado unos cuantos minutos, lo encendió con cierta experiencia, lo caló, y le vio la brasa roja como una luciérnaga, y hecho el humo con una bocanada espesa y

HOJA EN BLANCO.

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Piadosamente me había puesto de pie para suplicar, las manos juntas, los ojos sobre el vacío. Como si fuera un prócer santificado que creía flotar sobre el aire repleto de olor a pólvora y a carne pútrida, creyéndose en un sueño. Decir horror era demasiado poco. De rodillas sobre el suelo con la cabeza ligeramente ladeada para prever quién se acercaría por mi espalda. No es descriptible expresar cuánto son dos minutos en determinados momentos de nuestra existencia, o cuánto es la eternidad. Mi cabeza podría ser separada del resto del cuerpo por degüello. Si fuera así me quedarían unos instantes para apreciar mis extremidades en una extraña movilidad de segundos acaso. Podría ser por un tiro en la nuca. La posibilidad, entonces, de mi cara boca abajo, o de lado, unos instantes mis ojos apreciando la tierra negra al ras del suelo. De todo aquello incluido el paisaje desolador, no queda el recuerdo, quizás una fotografía en blanco y negro, por una afortunada circunstancia de es