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Mostrando entradas de febrero, 2014

ESTADO.

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Parecía mentira que después de tanto tiempo amando, pudiese llegar a odiar. Viendo el amanecer al lado del mar, tan sublime, diferente siempre, subiéndome aquel sopor que era el odio muy denso. A veces las gaviotas sin saber qué hacer, como un motivo de que todo era un laberinto. Y los mochuelos tan pequeños haciendo espirales sin saber que yo estaba odiando a todo lo que podía tener signos de cierta animación, odiar tanto que deseaba dar la muerte de cualquier forma permitida en que un ser vivo puede morirse. A veces al amanecer el color añil en lontananza me hace más ruin. Desplazarme hasta lugares exuberantes. Quedarme quieto mirando como el primer día de lo que me queda de vida empieza a desplazarse sobre mi.

DESEA.

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Es la gloria suprema, levantarte, descongestionar el pasillo, y en esa vuelta acordarte de que existe la cocina y de un largo sueño que aún espera que lo lleves al olvido. Contemplarte sólo en el espejo sin miedo a quedarte quieto, a la locura, sentarte en el trono de los dioses, cagar despacio porque quieres hacerlo, suave, sin prisas. Así, convencido de que tu has sido, el que ha ordenado el hermoso trance de abrir tus fauces. Celebrar la noche como prueba superada, contemplar tus restos devorados, quizás al mar, elevarte sobre tu agradable olor, hermética la linea pectinea, porque tu sentido común paradógicamente llenarse de mierda ya desea.

PRESA.

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El inmenso día, en el sentido de muy largo. Sin tener duda de tu propio calor, de tus manos, de tus pies, y el respirar, y el olor. Muda la voz, con gestos señalas. Desde el inicio del viaje, todos serán momentos de despedida, sólo con los ojos, dirás a todos que retornas, levemente, agachándote, en cuclillas, yendo en línea recta a la posición en que lloraste por primera vez. No sé por qué sólo recuerdo un día, de tantos. El día de la semana, la hora. Era el principio de lo inmenso, sin dimensiones, desde la luz hasta la oscuridad, todo el tiempo que duró el único abrazo. Luego la voz, las voces, tantas veces, hasta saber pronunciar mi nombre, y digerir mentalmente mi primera presa.