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Mostrando entradas de diciembre, 2013

TIEMPO.

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Si te fijas, cuando me fui este mundo ya no estaba conmigo. Casi entre dos estaciones: flores recientes y hojas envejecidas. Ya no era real. Lo suave o lo rudo, la ternura, lo agrio, lo dulce, el dolor, el placer, la mano tenue, y de qué lado los sonidos ni de qué forma las cosas. Nada. Si no me encuentras para el abrazo, si no me ves, ni me sientes, cierra los ojos, recuérdeme, compareceré ante ti con la gloria que tiene la fuerza, de los brazos a veces abiertos con ese afán de apretarte. Entiéndeme. Ya debes considerarme sin tiempo, sin medida. Si te fijas, para ti, estaré en todo lo que he mirado.

HUECO.

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Concluida una historia muy larga, tantas veces a esta hora en este día, la esquina que daba a la ventana, el pan blanco, dos platos, dos vasos. De cierto no sé cuánto tiempo, viendo avecinarse el futuro, hasta que un día la casualidad se detuvo, y fue más amplia la luz, más difuminada la penumbra, más solitario el hueco, sin nada, en silencio, aquella hora repetida, miles de veces.

GARBANZO.

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El hombre que estaba presente era una institución. Después de varios intentos de suicidio mal preparados le daba por creerse inmortal. Y así lo hacía saber en las sidrerías con mucha algarabía. Se hacía llamar el inmortal de Pénjamo. A veces entraba con unas pistolas de juguete que blandía a diestro y siniestro dándoles vuelta sobre sus manos, y metiéndolas de nuevo en unas cartucheras recubiertas con papel albal. Lo normal era pedir una lata de berberechos en la propia lata y un palillero, pedir un vaso de vino y empezar a picotear igual que un pajarito, en el mismo medio de la barra, casi desierta por las mañanas, con un frió de noviembre aterrador que se notaba al abrir la puerta. Otro día se llamaba Penácaro y era saxofonista para lo cual llevaba un cepillo de barrer sobre el hombro. Lo soplaba por el mango con cierta parsimonia, pintados a bolígrafo unos agujeritos alternados por donde iba pasando los dedos según lo que se tocase. Transcurrían los días entre el se