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Mostrando entradas de abril, 2012

LA FORMA DE SU COÑO.

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Cuando la lavadora  centrifugaba yo miraba al tambor y me caía patas arriba, hipnotizado. He de decirlo. Era un instante. Puedo decirte en qué vuelta iba. Ella me posaba la mano en el cuello, y me decía: acuéstate. Y empezaba hacer la ruta de la seda. O iba a orar al muro de las lamentaciones, dándome la cabeza vueltas. Cuando se posaba sobre mi era alentador su movimiento. Bajaban palomas a una terraza  repleta de azulejos marrón. Las gaviotas caían en picado en busca de una cabeza de gato siamés. Y yo, mientras tanto, con aquel mareo en los Urales. O atravesando el cabo de Buena Esperanza. Se acercaba todo su peso a mi boca. La abres. Muy lentamente como un platillo volante. Su culo y toda la parafernalia de su coño debajo del ombligo. Me lo daba. Sobre la pared una televisión con James Dean mirando torcido, y suaves cremas. Colores definitivos de paisajes que absorbía mirando entre sus muslos. Aquella sensación de que si bajaba pronto  me moriría a

LA MARIPOSA.

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Aquel domingo era de esos en que te levantas después de haber dormido mucho, algo sudado, y al abrir la ventana ves esa calima baja que parece tapar los edificios más cercanos, y no sabes si es contaminación de fábrica siderúrgica, o niebla que trae el mar. Ella se había levantado por su lado y yo por el otro lado, por el mío, y allí habían quedado aquellos dos huecos en la cama casi perfectos; la fina colcha por el medio, sin deshacer, indicando que en toda la noche no nos habíamos ni rozado. Yo estaba acabando de lavarme la cara, cuando ella entró en silencio en el baño, y me puso aquella lista encima de la repisa de cristal donde estaban las toallas. Miré la lista de reojo, y mientras me enjaguaba la boca, fui leyéndola mentalmente: cuatro tazas de eupcakes, dos porciones de tarta de chocolate, un bizcochuelo, uno de crema de chantilly, dos palmeras, una porción de tarta de queso, un trozo de tarta de nueces, una torta de almendra, y cuatro carbayones, -lo de cuatro carba

LA TELEVISIÓN PUESTA.

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Nunca he podido matar a nada que tenga vida.   Luna llena que estás en los cielos el día dieciocho . Y me corrí dentro.Y en la cola del paro cuarenta hasta la mesa. Cerrados los ojos. Se me viene el polvo de ayer después de mi cámara y yo (todos tan felices), y por mi Eugenia atravesándole todas las líneas magnéticas por el cuello -que las veía como un yugo de espiras de cobre-,delante de mi capullo ella puesta a lo perra, con la cabeza sobre un almohadón de espuma, mirando hacía la pared de vecindad, con aquel coño recubierto de pelos enroscados hasta la misma rajita, sus espaldas amplias, su culo hermoso, batiéndola cogida por los pelos como a una yegua de su media melena, y yo aguantándole a intervalos de vete tú a saber cuantas entraditas suaves y un tirón descomunal que le hacía doblar el cuello sobre el cojín de retenida sobre el cabecero de caoba estuve dominador y si me venía el gusto pensaba en los hijos de la gran puta que me han puesto en esta cola

DOMINGO.

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Abiertos los ojos, no me da más lo que haya soñado. Mi cuerpo intacto bajo mis manos. Iniciado el espectáculo: El silencio en una escena donde nadie habla. Un día más. La mañana de aquel domingo de julio parecía ser más grande. Cuando Claudia dio dos vueltas a la llave de la puerta de su apartamento eran las doce de la mañana; y cuando salio a la calle el sol se posaba a plomo sobre todo lo viviente. La rutina de los domingos era ir al pequeño rastro de la calle los Arrayanes, subiendo por las callejuelas del barrio viejo.   Cuando llegó a los tenderetes había lo de siempre: embutidos, prendas de vestir, zapatos, pan de trigo, herramientas viejas, bisuterías… Iba despacio sorteando a la gente, cuando entre los dos setos de arrayán vio aquel chino, con las cuatro tallas de madera sobre una alfombra de fieltro acostadas en el suelo. Se quedó mirándolas, tres de ellas eran tallas extravagantes que representaban figuras extrañamente afiladas, parecían hechas al azar de la

DEPENDENCIA

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¿Cómo es el tiempo? (Los simples mortales jalonan el tiempo). Para abandonarnos lo primero que hicimos fue no recibir noticias del mundo. Sin noticias del mundo es estar abandonado. Un poco de luz por aquí, un poco de luz por allí. De la calle unos pocos ruidos, algarabías de niño, rugidos de motor, y las aves del verano muy gráciles subiendo a plomo, subiendo verticalmente para volver a dejarse caer ingrávidamente. Nos abandonamos aún sabiendo que ya estábamos abandonados. Ella se acercaba con la silla de ruedas a la cama. Ya se había levantado antes para comprobar la realidad de nuestro abandono. Se acercaba muy despacio cuando yo aún estaba de espaldas sobre el colchón tapado por una simple sábana de color violeta, y me movía con su mano vieja y huesuda (moverme, no), era tocarme, pasarme la mano por la espalda para despertarme. Supuestamente yo ya estaba despierto, paradójicamente, haciendo un análisis existencial en la que Ella era la otra parte razonada. Tengo la

LUZ EXTRAÑA.

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No sé muy bien cuándo me ha ocurrido. Me había puesto unos enjuagues con un lingotazo de Listerine. Un hombre de este tamaño sin pegar un palo al agua no es cosa buena. Me habían dicho: hoy o mañana . Ya sabes eso de que llega mañana y otra vez te dicen lo mismo: hoy o mañana, ayer ya no puede ser. Incluso en los recuerdos no puede ser. Insistí en permanecer un rato en todas las colas preestablecidas para ir pasando buenamente las horas matutinas. Según iba caminando a la espera de una entrada para eventos deportivos, o me encontraba con una vuelta y media de gentes con sillas y tiendas de campaña para una lidia de toros, o para un drama teatral, o para un juglar juvenil todas quinceañeras, lolitonas, palpitando su sisito unas veces virgo, otras veces sin virgo, siempre húmedo bienoliente a carnaza de pescado. De esa forma peculiar pasaban los días, tardes muy amplias después de mañanas vertiginosas, fluctuando ligeramente las corrientes del aire veraniego, con eso

AÚN AQUÍ.

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En la memoria hay una luz tenue y una mano larga que te acaricia. Apenas briznas de realidad, sólo un mundo imaginado. Pero aquella mano tan suave que se posaba sobre tu cabeza, en un gesto leve que aún sostienes en el recuerdo. Su forma ruda, y el suave amor de su ternura. Aún aquí. Recuerdo un mes de Abril. Mi madre me había contado un cuento para dormirme de dos gnomos que se habían quedado perdidos en un bosque lleno de líquenes y senderos repletos de hojas amarillentas de saúcos, castaños, abedules, robles, y lleno de setas protectoras de fríos y frutos ingrávidamente desprendidos. Resulta que uno de los gnomos no quiso marcharse de la habitación y permaneció conmigo no sé cuánto tiempo, con su carita colorada, su barba blanca y nariz regordeta, su capirote rojo, su amplio cinturón de hebilla dorada, sus babuchas de media caña, su saco de arpillera , y sus grande orejas picudas que lo escuchaban todo, y aquellos pies tan extraños y alargados. Pues eso, mi madr

DE ESTE MUNDO.

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Vaporosas las costumbres de emitir lo vaporoso. Cuando te abren la puerta están ellos allí. Las fotos colgadas sueltan fragancias de nostalgia. Ya estaban abrazados. Y desde el aire en sus diferentes densidades descubres su soledad. Debajo de la piel estamos nosotros hurgándonos. Sólo es una permeabilidad exigua, transpirable. Hay algo animal que no detectamos, y existe como ese suave piélago al atardecer. Si vas allí, detrás de la puerta,   las sombras dejan un rastro en forma de beso que se mueve. Es un beso, se ha quedado sobre los posos del aire, y no quiere salir. Está lleno de nostalgias. Su aliento tenía esas cosas que nos hace humanos, no sé cómo decirte, si alguna vez entraste en el portal y había empleados municipales con un camión chupona trajinando una alcantarilla, así olía su aliento; todo es imperfecto cuando es real. Después de tantos años de amontonados aún la besé, y pensé para mi mismo, esto es amor, porque era muy temprano, y ella se estab

ME HUELE A HUMO DE TABACO.

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Y si aún amas así, a qué viene esa desdicha en tus pupilas con rastros lentos de caracol en tu mirada perdida.- y aún, todo lo anterior a olvidar- Dime si sobre tu corazón circunvalan mariposas del invierno. Me acercaría a ti, para sentir tu calor, para quitarme el miedo a los gusanos. A veces pienso que en tu interior vuelan seres que no encuentran la salida, tan llenos de vueltas perdidas. Viven de lo que tú escuchas llenos de aburrimiento. Tengo una vena aquí, que es como un surco, no sé dónde acaba. Ven a ver conmigo, no tengas miedo. Hay un camino muy largo, con gente crucificada a los dos lados. Desde el sofá me declaro todo lo insatisfecho posible por un carro de cadáveres. Me da pena decirte que por el único agujero que me importa me han metido un tubo ínfimo de deseo, e infinito –meter y meter, era inacabable-. Han visto nubes manchadas sobre las colinas en forma de manos abiertas. Llegaba   donde estaban esperando el aire y me   soplaron por la punt

NO LO OLVIDARÉ NUNCA.

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El niño subido sobre una silla que mira a la oscuridad. Yo he visto su gozo sobre el árbol caído, y el árbol muerto. La noria dando todas esas vueltas. La melodía que sube de la plaza: saxo solitario (aquí su forma de voluta). Saxo estruendoso a veces, sutil voz que nunca más. Y una llamada. Ahí estuve. Sinceramente lo digo. Hubo alguna vez una puerta rota y unas escaleras pendientes. Olor a lejía. Y la llamada por primera vez, y desde entonces todas las llamadas. Una voz larga. Una orden de repente. Desde ese día. Se puede esperar una llamada. Siempre (las más horribles en la mitad de la noche). Aún los ilocalizables pueden esperar una llamada. Desde ahora la llamada me perseguirá siempre. Por primera vez el sentido de mi nombre. Y luego. La llamada es indispensable para reconocerte. Todo ocurre porque existe una llamada. No es una broma. Todo les puede ocurrir a los que viven. Y de repente una carrera inalcanzable. Había sido llamado. Era un