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Mostrando entradas de octubre, 2011

GIRASOLES.

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La muñequita, un nudo de lana y ropitas de sábanas rotas, y unos arces con las hojas rojas que trasparentaban el azul como si dibujaran miles de firmas con lapiceros de colores. Una carretera muy larga por donde pasaban coches cada dos horas, un camión iba lleno de gallinas y era una prisión de gallinas, y los girasoles se daban la vuelta al medio día en aquel sitio en que la carretera era un badén y te podías suicidar cada dos horas si eras muy listo. Yo una vez te vi con una blusita que tenía una pajarita en forma de hélice sobre tu espalda, la blusa era blanca y tenía una mancha de huevo sobre un bordado de una casita que echaba humo; pero no me dejabas tú muñeca cuando subíamos a la carretera, y en la carretera esperábamos a que pasase un coche sobre el único cambio de rasante que había, la carretera venía desde aquello tan lejano que era donde empezaba el infinito. Me llamo (Beni) Benigno. Ahora mismo no estoy haciendo nada, no tengo ganas de hacer nada, no voy

PAPEL DE CELOFÁN.

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-Hablo de una Existencia. Era un blanco sin nada, y un día tras otro sin más. El infierno estaba sobre la endeble tela que contenía este universo. Todos los humanos desde el primer segundo en que un homo urdió la primera estrategia. Cómo hacer para conseguir comida inalcanzable de un árbol que tenía raíces en forma de tirabuzones. Yo ya meaba sobre las brasas del fuego cuando era niño, y salían los espíritus en forma de vapores que daban vueltas y te miraban. Todos los sacerdotes esquizoides. Un sacerdote manosea y abre los brazos, después de muchas ceremonias incomprensibles. Muchas veces mirando el azote del viento, los altos montes con una serpiente de llamas, las ramas estallando sobre los tejados. Meaba de miedo donde la iglesia tenía una piedra para rifar pollos en forma de cuenco. De arriba abajo la cal arrojada sobre la pared con ramas de pino, sin nada más que el blanco. Todos los muertos cogidos de la mano de una estrella a la otra. De día los nimbos en forma de tr

LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.

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El éter y el aire. Lo que llamaban éter en aquellas circunstancias en que veían tanto azul, que en realidad no era azul, era lo que era, algo indeterminado, transparente o negro. O lo que se llamaba aire que estaba dentro del éter y permitía a las ondas llegar hasta donde se podía llegar por su resistencia. A ciencia cierta nadie lo sabía, nadie sabía nada de cómo era aquella propagación hace casi dos siglos. Considerando todo esto, el éter, y el éter mezclado con el aire, todo fue razonado como un cable infinito por donde podían circular ondas, desde ondas infinitesimales hasta una onda infinita, la onda de las ondas, quizás la voz modulada de Dios, si existiese, y que además vibraba, vibraba y vibraba desde los confines y hasta los confines, rebotando dentro de una esfera de diámetro infinito. El niño y el piano. Aquel niño tocaba el piano en una sala grande que daba a una campiña verde, por su ventana se veían rosales allá por mayo. Era admirable su facilidad para las

PARA SIEMPRE.

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Hay veces en que la tarde no se sabe cuándo empieza. Mirabas el cielo y aquí y allá había jirones azules entre un color plomo envejecido. En aquel momento una mosca fina de patas muy largas iba y venía sobre el plano de la televisión, dando vueltas de arriba abajo, de izquierda a derecha.No había mucho más qué hacer en nuestro mundo.Observábamos con cierta indiferencia las desgracias del telediario. A Koya la estuve viendo un año entero sentada a la entrada del Mercadona de Lozoya, hiciese calor lloviese o nevase o no hiciese nada el día, o estuviese el día parado, el día solamente claro, sin nada especial. Después de comprar el pan le dejaba quince céntimos de euro. Y yo me iba con el pan, daba la vuelta a unos escaparates llenos de baratijas, a una tienda de electrodomésticos, a un cerrajero que copiaba llaves, y me iba a mis escaleras que daban tres vueltas y media vuelta más, hasta una puerta con aldaba dorada en forma de puño , aún , y abría, y allí estaba todo el pasillo con

BOCA ARRIBA.

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Dedicame el tiempo necesario, le dije, cuando me desperté. Había soñado que el mundo tenía una máquina de gigantescas levas fabricando millones de billetes, y que, había tanto dinero que para comprar un caramelo de color rojo un niño debía llevar la mochila de la escuela repleta de estampitas, y que el quiosquero no quería calderilla, y que el quiosquero sólo vendía piruletas a cambio de billetes de quinientos. Eso las piruletas. Los donuts ni con eso. Me desperté y una pierna de Ella se había quedado sobre mi cadera, como la maleza de un torrente desecado. Yo como un tronco de abedul con la barriga blanca. Estaba sólo, sólo había sido un sueño, sólo. Cuando desperté no dije nada, estaba despertando, y otra vez sólo, estaba sólo. Estaba. Y qué. Hay historias que empiezan por otra vez tengo que salir a la calle. Hay historias que empiezan en un sueño y no terminan nunca. Hay historias que acaban y cerró la puerta. O, era una historia sin historia, un mínimo punto en un li

NI SIQUIERA EL MIEDO.

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Io le decía a Zeus, ven y fóllame. En una pausa. Los domingos por la tarde. Ocurría en octubre en el final de la tarde atardecida. En una pausa. Arropados contra el frío. No hay nada más hermoso que follarse, incluso sin amor, follarse, las piernas abiertas, o las piernas sobre el cuello, o dándole golpecitos sobre su culo, a golpecitos como a un tambor sintetizado. Por las tardes de octubre, cuando follas, sucede la metamorfosis, incluso de lado, incluso ella cabalgando, incluso ella posada como una mariposa, tan leve, como debe ser el inicio del final del mundo. Dame pan de centeno, aceite de oliva y vino tinto en una tarde de domingo de octubre de frió de atardeceres blancos de aves diminutas que en el crepúsculo se posan como equilibristas sobre las hojas infinitesimales y amarillentas de los pinos. Tú recuérdame. Vendrá la muerte a buscarnos a rescatarnos, nos acurrucaremos en su manto huyendo de la miseria. Ves a Júpiter como una estrella blanca cuando ya existe el púrpura.

MI MANO DERECHA.

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Llevo cerca de un año con una ansiedad que está condicionando mi vida. Había refrenado mucho mis impulsos instintivos antes de esta situación. He perdido la delicadeza para poder amar con cierto orden. Incluso, a veces, tengo la sensación de estar castrado simbólicamente. En lo que yo llamo mi conciencia aparecen irrefrenables pulsiones que a veces me dan hasta terror de mi mismo. Me habían hablado de un trauma en mi nacimiento. Tanto tiempo allí en aquella suavidad como si no quisiera separarme de mi propia madre. Esta es una fantasía recurrente. Es como si llegasen a mi como una inundación todos los estímulos recibidos durante ese corto trayecto hacía la vida. Mi sistema nervioso bombardeado por infinidad de estímulos que me obligan a contener reacciones excesivas. -¿Es que estoy loco? -¿Mi madre también me trasmitió sus ansiedades? Cuando mi madre desaprobaba mi conducta sentía una desazón increíble, próximo a un desencadenamiento somático sin precedentes. Incluso con rep

NO LO SÉ.

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Por si un casual, me he desprovisto de todo lo suntuoso. Lo que llevaba a cuestas y todo lo que estaba preparado para subir a cuestas, la belleza entre otras cosas y otras sensaciones difíciles de explicar. Ya no me abruma nada. Ya nada. Algunas veces eché en falta la astucia para sobrevivir. La estrategia que tienen los cuervos para sacar los gusanos. Observar antes. No precipitarse como los buitres. Algunas veces existía la belleza, esa sensación de observar absorto y ver los que otros no veían. Explicarles atardeceres suntuosos, atardeceres fuera de la ley, y cosas mucho más allá de las finanzas que me explotan. Me levantaba como un resorte un día tras otro a las seis de la mañana para ir al trabajo. Lo absoluto era mirar si llovía tras las ventanas. Si azotaba el viento. Si clareaba. Y luego la memoria. Lo inacabado del día anterior. Y luego cosas del amor. Si aún amaba. Si aún existía esa sensación. Y luego acaso el deseo. Y luego quizás el miedo. Y no sé hasta dónde podré cam

UNA Y OTRA VEZ.

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Yo había llegado antes a la Cita, y como tú no estabas me fui a dar una vuelta. Tú llegaste dos minutos antes, y como yo estaba dando una vuelta tú te marchaste pensando que yo no había llegado a la cita. Me había alejado demasiado y cuando volví ya era tarde. Quiero decir tarde en la inmensidad. En la Cita no había nadie. Quiero decir nadie en el sentido de la soledad inmensa. Se dice: en la Cita era como si el silencio tuviese forma de humo, y todo fuera transparente. Al final nadie. Es como si el corazón bajase el ritmo al fin, es como si el corazón se diese cuenta antes. El corazón está antes que todo, lo percibe de esa forma de sobresalto. Es como si los dedos vibrasen en un instante antes de la muerte, la mano se les queda así, con los dedos hacía arriba, con los dedos ligeramente encogidos hacía arriba, con los dedos..., así, con los dedos.... Es una suposición. Es un razonamiento que yo me hago. En realidad no sé si alguna vez estuviste debajo del olmo, donde las palomas espe

EN EL 1996.

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Yo no sé si recuerdas el último beso que has dado. Algunas veces la boca así o asado. ¿Usted sabe qué ese eso? Tengo algo con el año 1996 que no lo recuerdo. De los otros repaso hasta donde creo que son. Del 96 hacía atrás. Del 96 hacía adelante. Hubo situaciones frenéticas de amor. Bocadillos de sardinas. Flores silvestres. Y atardeceres. Por decir algo. Olores. Me llevo la mano a la boca según voy, me la tapo, y me huelen los dedos al 1996, pero no lo recuerdo. Tal vez cierro los ojos para no abstraerme, y espero con la boca relajada en un gesto, esperando, pero ni un roce del año 1996. De otros años, del 1983, por ejemplo, cuando el mar subió tanto en el mes de Junio. Veo los peces muertos, las bocas abiertas al final después de varias veces abiertas, quedando abiertas, los ojos llenos de sangre. Te amé de pie, eso lo recuerdo, no sé ponerle el año. Y un día muy miserable en que tuve que pedir para el tren en una ciudad que no había tren. Te había amado de pie. Dicen que vas perd

SACRIFICADO.

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Me da que debo estar mirando al firmamento. Digo esto porque existe esa oscuridad de las noches sin luna, y, a ciencia cierta, no sé donde acaban las montañas y donde empieza el cielo. Lo único que tengo claro es que miro hacía poniente. Los que me trajeron hasta aquí dicen que este valle es sagrado, aunque desconozco las circunstancias de tales afirmaciones. A mi me sujeta la mano una mujer aniñada de coletas rubias, y mi otra mano está en las de un anciano de barba descuidada y largas greñas blancas que le caen sobre los hombros. El círculo no sé dónde acaba. Nuestras caras se hacen visibles o quedan en la penumbra según se muevan las llamas de una hoguera que se encuentra en pleno centro, agitadas por la brisa, creando brumas azuladas que dejan el contorno con una extraña sensación fantasmagórica. Desde mi posición puedo ver una especie de chamán levantando los brazos con las palmas estiradas hacía lo que sin duda es poniente. Distingo su indumentaria azulada y sus g

AGUANTARÉ AQUÍ.

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Yo soy uno más de los doscientos mil que trabajamos en Google buscando palabras. Yo trabajo en una máquina llamada Algoritmo y es de uno de los últimos modelos, lleva un filtrador de palabras con movimientos vertiginosos sobre dos paletas y un eje axial, las palabras más grandes se quedan arriba, y las más pequeñas se van cayendo a otras máquinas Algoritmo que atienden mis compañeros. Mi jornada es de ocho horas. Es incansable. Sólo nos dejan cinco minutos para echar un cigarro (el que fume), o para ir al baño, previo levantamiento de la mano derecha para ser sustituido por un compañero. Os tengo que decir una particularidad, las palabras que más buscamos son: amor y sexo. El otro día regresaba a casa muy cansadito, con mi camisa blanca, informal, y el nombre de Google de colorines, debajo de mi bolsillo derecho, y encuentro en el portal a la del segundo, creo que se llama Amanita (como las setas), y me dice, oiga, usted trabaja en eso de buscar palabras por Interne

INDUMENTARIA.

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Hoy cuando llegué a casa eran las ocho de la tarde. Traía puesto unos calzoncillos de abanderado modelo underwear de cuadros a rayones grises en transversal y longitudinal, una camiseta tipo atletismo de color blanco de marca oysho (debe ser china), y que pone en la etiqueta we care about you . Bien. Los pantalones eran de pana de color verde oscuro hechos por confecciones Sur, en la calle Santa Justa de Málaga, ochenta por ciento de algodón, aunque en la etiqueta ponía Cortefiel de la talla del cuarenta y cuatro. Una camisa de la marca Cortefiel, pone en la etiqueta poplin Collection , talla xl, de color beis tirando a oscuro y rayas verticales de color vino. Un jersey de pico haciendo juego con el color del pantalón talla xl, no puedo deciros la marca porque tiene la etiqueta arrancada, desconozco por qué, yo no me acuerdo de haberla arrancado. Bien. También llevaba un chaquetón de la marca Pedro del Hierro, el color es más bien azul marino, pero tirando a oscuro. No vi

SE LA TRAE FLOJA.

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Yo iba por la calle Modesto Areas de esa forma en que camino, se me ve atónico, con un despacio especial de hombre que lleva muchas historias colgando. Y a eso me refiero, cuando voy andando así, es que voy pensando en hechos especiales de mi vida. .. Cuando llegué a la altura de la Sidrería la Checlaina estaba allí aquella máquina expendedora de Serventa, entre una cámara frigorífica que daba a la calle y una tienda de prendas íntimas. Me fijé extensamente en unos sujetadores con aros para todos los bustos, camisones de tirantes finos, bodys faja de encajes, braguitas bordadas con flores, y por el otro lado aquellas bocas inanimadas de un sargo mediano, un besugo tristón, un lenguado vestido de negro, y una lubina enroscada mordiéndose la cola, y mucho perejil. Puse mi maletín en el suelo, le metí dos euros a la Serventa y le calqué al A-28 , una ensalada ligera con brotes de soja, abre súper fácil, esperé, y miro a la maquinita que hace aquel gesto de autómata para

EL SUICIDIO.

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En la pequeña habitación que daba al patio de luces a través de una escasa ventana de dos hojas con unos frágiles visillos de tul blanco siempre había existido la primavera. Sobre una pequeña repisa que hacía esquinera a media altura había flores metidas en un brillante jarrón de porcelana azul. En enero estuvieron allí dalias y claveles, en febrero violetas y heliotropos; y ahora que era una fría mañana de domingo del mes de marzo, existían dentro del jarrón una mezcla de narcisos y ramas de mimosas que daban aquel extraño dulzor al ambiente, mezclado con el olor de la cera quemada por las innumerables velas de colores esparcidas por toda la habitación. Se amaban en marzo y el mundo existía parcialmente. Amarse en marzo, en una tarde de domingo, puede ser hermosamente bello; la piel se encoge y estira más que en abril y en mayo. Mara, estaba delante del espejo, su cara redonda apenas perceptible en la penumbra de la habitación. Beatriz comenzó a acariciarle el mechado