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Mostrando entradas de julio, 2011

ES TU GRAN DÍA.

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Shadow. Estoy configurado para viajar en las sombras. Borrando mis pasos un viento extrañamente milagroso. Sendas de vacas, asnos, mulas, caminos alargados y hundidos por las ruedas de los carros que recogen el agua del diluvio. He salido por una ventana abierta, tres piedras en dolmen llenas de hiedra que entra y sale entre losas de pizarra. Shadow. Hacía los cementerios buscando los muertos, entre tumbas que huelen a moho humedecido. Me sabe a gloria no tener sabor. No sentir mis pies. No ser descifrado. Poder abrazarte con manos que no aprietan, que no dan calor. Llegar a tu boca, meterme en ti. Shadow. Es tu gran día.

NO QUIERO SER UN ASESINO EN SERIE.

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Me habían abrazado de esa forma. La cabeza se te queda sobre el cuello del que te abraza. Lo hueles. Sientes una suave sensación de calor. Y con los ojos abiertos al otro lado de su nuca miras un paisaje usual. Cómo no vas a comprender qué es un abrazo simple, no tiene nostalgia, no tiene nada de particular. Unos segundos protocolarios. Luego te vuelves hacía atrás y tienes que verle la cara. No lo conocías. De esos abrazos a patadas, quiero decir muchos abrazos de esos. A mi me dio aquel estado depresivo paranoide en el climaterio, poco antes de la vejez. Es una predisposición así. Les daba por abrazarme sin mucho calor emocional en los abrazos, y eso me hacía notarme más desatendido aún. Poseído de incoherencia verbal, en el sentido de cambiar rápidamente de tema sin un sentido lógico. Las otras manías de ir por la calle comiéndoles el coño a las mujeres. Imaginando. Imaginando cuando llevaban falda sus muslos apretados, en una cola del supermercado, en la cola del autobús, etc, et

NO SÉ SI LO HE SOÑADO.

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Me subí a un sauce blanco. Obsesionado por saber por qué los pájaros no se caen al suelo cuando duermen por la noche. -Mira. Se agitan las ramas con el aire y no se caen. Permanecen atados milagrosamente. Las luces de la noche eran como el café con leche, sobre montañas con un verde que subía desde el mar, ya oscuro. Una franja marrón claro en el cielo asomada por las montañas hacía poniente. Eso era lo que ocurría con la claridad. Todo muy tenue. El olmo tenía las ramas como una mano abierta sin un dedo, de tallo bajo, frondosamente derramadas las hojas que lloraban hacía el suelo. Muy tupido. Yo llevaba unos tirantes con peto que sujetaban unos pantalones cortos, y unas sandalias muy abiertas. Las sandalias se me caían con facilidad. Si ascendía. Si corría. Si saltaba. Si caminaba despacio sin cuidado. Subí por una de las ramas que daban a donde el sauce más lloraba, cientos de hojas tapándome la cara. -Paulatinamente. Quiero decir que el suceso ocurrió según tenía imaginado. Si te

LA OSCURIDAD DE MIS BRAZOS.

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Me acabo de estirar todo lo largo que doy. Me veo en el espejo del armario en la esquina derecha de la cama. Un pingüino, de repente, se extravía de su manada y va caminando como un cura por la sabana helada setenta kilómetros o más hasta que se muere agotado. No hay una razón explicable. Quizás la locura. Hay un hormiguero en forma de montículo de hormigas rojas sobre un sendero lleno de restos de hojas resecas y maderas peladas. Sigues caminando unos veinte metros y observas una hormiguita perdida que lleva entre sus fauces diminutas un trocito de insecto. Si la observas detenidamente da vueltas en círculo, desorientada, perdida del pequeño nido apenas unos metros más abajo - es un mundo de desesperación-. Mi padre una vez se marchó de casa como a las doce del medio día. Lo fuimos a denunciar a la guardia civil. Apareció al día siguiente lleno de arañazos, con los pantalones rotos y unas sandalias por donde se le veían los dedos de los pies ensangrentados. No sé aún cómo pudo volve

NO TENÍA NOMBRE.

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Empezó con un zumbido en los oídos y acabó hablándole Dios. Son esas cosas que a veces nos pasan cuando estamos desbordados. También solía llevar el mar. Y siempre preguntaba si hacía frió o calor antes de salir a la calle. Pero sobretodo siempre preguntaba dónde estaba el mar. Se desorientaba. Me llamo Rita. O me llamo Concepción. O Paula. O Encarna. O Amelita. Doblando las esquinas como un cuento de niños hecho de cartones de colores. En los oídos una escalera de caracol y muchas pisadas. Pero siempre el mar como una plancha en calma de diferentes tonos en la atardecida. Resonando las olas. Dios y a veces todos los arcángeles allí dentro. Rita abriendo los ojos sobre los árboles que retuerce el verano. Globos en el verano volando sobre la terraza llena de geranios. Amaranta cocinando calamares que saltaban como si estuvieran vivos. O Genoveva poniendo a remojar lentejas. O Corina dándoles vuelta a las sábanas plegadas en el armario. No sé si sabes lo que

LEVEMENTE HACÍA LA MUERTE.

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Poco después de andar a gatas con esa simplicidad que me daba la niñez por haber nacido en el campo, las palabras clásicas que me decían si tocaba, si sobaba, era cacadevaca, si husmeaba, era cacadevaca. Si era agosto había largas tardes con las contraventanas cerradas y yo me iba a escarbar en los montículos de caca de yegua, de la caca de vaca reseca para buscar escarabajos peloteros que encerraba en cajas de cerillas. Tenía también algún ciervo volador. Al final quedaban allí colgados sobre varales de fréjoles o sobre emparrados de cercas con pequeños hilos de coser, agitándose, crucificados. El comezón de mi padre por las piernas arriba, en agosto también. Sentado sobre el jergón doblado hacía adelante con aquel movimiento de rascar y rascar antes de coger un tubo de pomada blanca y darse friegas. Al otro lado el aire venía por la carretera moviéndose en espejismos de fuego, y todas las moscas, y todas las moscas que había. Llegaba el baboso de Lantero, un tonto, con una

LES CIERRES LOS OJOS.

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Hemingway era muy valiente. Una barbaridad. Llevaba a cuestas un sarpullido mental. Robert Capa hizo instantáneas maravillosas. Se caía la Luna en Extremadura. Y por las sierras de Madrid había piedras desgastadas por el viento de Dios. Todos ellos bajaban a retaguardia y se abrían el pecho para recibir besos, o la levedad de alguna mano de niño. Para que les posasen sobre sus pelos blancos en forma de sortijas alguna flor roja. Indistintamente. Indistintamente todas las cárceles eran un frente. Y los dedos abiertos esperaban entre los sacos terreros pidiendo los muertos que les cerrasen los ojos. Ellos estaban allí altruistamente escuchando canciones. De los olores no hablo. Del sufrimiento que estimo en las imágenes. Mis ojos parados sobre el blanco y negro. Muchos minutos buscando las vidas que hay tras imágenes llenas de tragedia. Vislumbrando qué describían las palabras, una y otra vez releídas, por si capto algo que me trasporte ensoñándome con los ojos cerrados, tal como hoy c

ME ATAS A LA VIDA.

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No sé si es al amanecer o antes del amanecer. Existe el silencio. El silencio no sé si existe del todo, o lo que es en realidad el silencio. Un reloj de pared va y viene. Cruje un mueble. Algo en equilibrio inestable se ha ganado el equilibrio indiferente. Si eso ha ocurrido, algo ha vibrado. Algún mueble se dobla levemente. Luego los sonidos lejanos que entran por la ventana entreabierta. Hay un momento en que en la calle no pasa nada. Entra un siseo de brisa, los visillos son un péndulo. Y el ruido de la ciudad (fuera) es como un motor encendido. Un perro ladrando es lo más inmediato que oigo. Y de indiferente a estable, por una extraña casualidad, un pequeño platito cerámico se hace añicos y se disgrega. Debo tener unos siete años. Debo tener sesenta años. Debo tener mil años. Debo tener un segundo. Quizás no exista. Te molesta mi calor. Han cerrado una puerta suavemente y el aire está aquí, empujándose. Mi calor contra tú espalda. Apenas si respiras. Llevo aquí una centésima de s

LLEVO UN ARMA.

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Si estás leyendo esto es por que no estás muerto, pero en el fondo sé que quieres estarlo, adivino que varias veces has intentado suicidarte sin resultados positivos; porque en el fondo eres un cagado de mierda, y ni se te ha pasado por la cabeza aquello tan manido de: “…si me suicido me llevo a medio mundo por delante…”. Pues bien, amigo, hoy ha llegado tú hora, si no te suicidas tendré que pegarte dos tiros. Si me ves, ponte en lo peor, soy tú mano derecha y llevo un arma.

PENSAR DE NUEVO.

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Mis dudas habían empezado a eso del mediodía. Es ese estado en que te paras a pensar y luego prosigues y prosigues, parándote otra vez a pensar. Estuve así unos diez minutos, algo que no es normal en mí. Los que me conocen saben que soy decidido y que pienso las cosas lo justo. El caso es que venga a darle vueltas sin encontrar la solución sobre aquel dilema (llamésmole así), que ya empezaba a obsesionarme. Me habían dicho que así se iniciaban los conflictos, y que de allí a la desesperación existía un corto paso. Cuando estaba llegando a las doce y diez, se me vino aquella idea congruente y desistí del intento. Cerré la llave del gas y abrí todas las ventanas. Así es como se lo cuento, así sucedió, y no vamos a darles mas vueltas a las cosas. Sólo deseo, Señor Comisario, que no me de por pensar de nuevo.