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Mostrando entradas de agosto, 2010

NO QUIERO LEER TUS LABIOS.

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Las gaviotas están ahí arriba y gritan como condenadas. Me vienes a los cinco minutos con aquello de que no estás segura, y digo yo, pues como que ya llevamos diez años así, y hasta antes de esos cinco minutos eras tú la que me insistía: tienes que decidirte de una puñetera vez, esta situación yo no la aguanto, el polvete de los miércoles el polvete de los domingos, ya no aguanto más, no sé a lo que juegas conmigo, te resulto comodona. Por encima de mí ventana hay como una visera de piedra que se está resquebrajando, por ella crece una planta enredadera en plan silvestre que da unas flores pequeñitas, y enfrente hay una panadería un bar sidrería y una droguería. Cuando estoy en la ventana tú a veces me coges por detrás y siento la piel de tus piernas contra mi culo. Eres una indecente. Llevaba esperando a que te decidieses y me contestas eso, que no estás segura pero te aprietas contra mí, me gusta cuando me frotas la pelambrera de tu coño, qué salvaje, como está húmedo tengo la impres

LOS OJOS DE PERRO.

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A mi los ojos de los perros que salen a la carretera a morirse no me gustan. Tienen una tristeza que no podría soportar. Incluso si un niño hambriento te mira. Incluso un anciano con toda la carga de somníferos. Pero los ojos de un perro, así vistos, pueden dejarte con un agujero para todo el día. Es eso del alma que dicen que da pena. No digo los perros falderos con las uñas cortadas, los lame coños, los mete mete. Digo los perros sin nadie, los ves por ahí jugando con los niños, a niños que tienen los ojos tristes jugando con perros con esos ojos. Tú a Mónica la tienes con los ojos tristes, tira por el carrito del niño con parsimonia, como una autómata. Y me parece que no son cosas de estos tiempos. La llevas por ahí, muy bien puesta, eso sí, pero le veo los ojos tristes. "Enjaezada", sí; pero chico. Y ella a ti te lleva como un marimbo. Y el niño con bordados por todos los sitios como el niño de La Virgen María. Ayer iba por la calle y viene aquel capullo con la ch

U 235.

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Me dijo Mendeléiev que en tú anillo llevas Laurencio. No ha sido una sorpresa. Ya lo había notado. Tienes esa virtud patética de enseñarme el dedo, cierro los ojos y esimismado lo siento. Eres una artista. Pero no me habías contado lo del Laurencio. El medidor Geiger pita como una locomotora en un paso a nivel. Deberé pedirte que para la próxima te quites el anillo. En estos jueguecitos vamos a ser francos. Si persistes, yo me colocaré una bola de uranio doscientos treinta y cinco. Sospechas bien.

WINDSUF.

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La tarde está como para encenderle una cerilla. Explotaría. Por encima cientos de gaviotas presienten que algo pasará, y se cagan de gusto. El mar está más plano y brillante que los azulejos de un ministerio. Se palpa en el cargado ambiente que hoy nos ducharemos por última vez. La gente está ansiosa por chapotearse. Somos como niños. En la playa, como si se hubieran vuelto locos, todos fornican. Sólo hay que pedir permiso a cualquier espatarrada. Es así de simple: ”Por favor, si no le importa, puedo metérsela, será un momento”. “Sí, por supuesto, me bajo el bikini, tómame.” ¿Tontona, te la clavo? Es como si fuera el juicio final. Todos lo saben: sólo tenemos dos branquias y además olemos y comemos por ellas. De repente, hacía poniente, se ve aquella hondonada en el mar. Un hueco, y un pico. Gigante. No sé cómo decirlo, “ansi de grande” .Por fin ya está llegando la arbolada perfecta. Ágilmente la cabalgo. Ahora mismo voy sobre la cresta del tsunami, y no sé dónde acabaré, menos mal qu

SERÁS DE OTRA.

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Antes de que Eiffel empezase a colocar remaches, Ella ya llevaba aquella coraza de hierro, al solape, sobre su corazón. Me hizo tanto daño porque soy muy romántico y enamoradizo. Muchas veces buscaba azucenas por las rendijas de los edificios oficiales para llevárselas a su oficina… Era altiva. Su papelera, un vergel de flores regaladas. Su oficina olía a cosmética antiarrugas y a pétalos marchitos. La máquina de las fotocopias funcionaba como si imprimiese billetes de quinientos, a turno continuado, yo pasaba con fajos enteros, una y otra vez, por si la rendija de su puerta me dejaba ver sus piernas. En el organigrama soy un puto corre ve y dile (todo junto). La nada, cósmicamente hablando. Le mandé el primer anónimo por Pentecostés. Te quiero. Secamente. Quiero decir rotundo, pudiera haberlo escrito un coronel de infantería. No fue un mensaje tipo avioncinto Concord, iba claramente en el porta firmas. Yo reparto los garabatos de un lado al otro y se lo puse en un folio reciclado escr

PROPPER.

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Cómo era aquello que le decía que me daban ganas de matarla a besos, o que la iba a desgastar con la lengua como a un caramelo de palo ¡Pero qué va! Cuando venía en el tren siempre era en el último vagón, y yo pasaba revista a todos los que habían trabajado y caminaban por el andén, se les notaba con aquella cara de serios. Pero algunas veces también venían viajeros que reían. Entonces aparecía ella con aquella sonrisa, y yo ponía la cara de Mister Propper, el que dibujan los niños con la risa mucho más para arriba que como salía en la tele. Abrazarla, era para que me oliese a camelias, y luego le ponía mi boca en el cuello, y me venía aquel impulso, me crecían los colmillos y la mordía y le chupaba la sangre. Al final, ¡qué va!, no la mordía, sentía su perfume, y el resto del olor, y me ponía tonto, tonto, con la cara de Mister Propper a lo tierno Esas cosas no se olvidan. Aún está el reloj. Del andén no queda nada. Bueno queda la fachada de ladrillo. Ayer estuve allí. Cerré los ojos,

FILLOAS.

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Ayer para cenar comí de postre Filloas con licor de orujo y naranja amarga. Dos platos. Tengo esa bola en el estómago, no sé en que parte, me palpo en todos los sitios. Esta mañana Agustina me arrimó el choto al culo, y no pude. Veía a otro conmigo que se aprovechó. Me da que soy dos. Llevo tres días pensando eso. Ayer cogí la carroceta y me largué hasta Peneda; afané un abedul para madreñas, antes de que fuese el guarda. Al volver por Laboreiro, si que éramos dos. Fijo. Y ya no hay vuelta atrás: Somos yo y otro. Y el otro es el que más contenta deja a la Agustina.

EQUINOCCIO.

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Dos años más tarde que aquella última vuelta de la tierra, en el equinoccio de septiembre, tuve una duda de qué hacer con mi vida: Puedo hacer esto puedo hacer lo otro. Ya sabes. Se llaman proyectos. Pero un día que estaba sentado frente a las cortinas de mi habitación, no había otro paisaje, o quizás lo había pero no me daba cuenta, me vino aquella sensación de que ya no necesitaba mi vida. Razonas. Para eso está el Dosulepin, lo haces en el ámbito de su efecto. Si yo no necesito mi vida, ¿quien puede necesitarla?, regalarme a alguien es dejarles un muerto. Soy un mamón. Aquel equinoccio tenía una circunstancia extraña. El atardecer era como si hubiesen sacado doscientos pintores del paro y le hubiesen mandado pintar de rojo lo que se veía. Se veía muy largo y ancho, lo alto era lo rojo, y por abajo toda una franja de color vino. -¿Son rarezas?. -¡No, son dudas muy raras! Unas veces sí, otras veces no, con todo soy igual. Deprimirse en una cola de hombres y mujeres, sin saber qué hace

FÍSICA.

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Pues como que no era capaz de entender la teoría de la relatividad; y de que la gravedad era una onda electromagnética. Llegué a esa edad en que memorizas lo que no entiendes, te das de hostias en la cabeza mientras miras el cielo tras la ventana, y es como si rezaras el rosario, no entiendes nada. Pero tú me gustabas. Lo notaba en la entrepierna cuando me quedaba pensando en el otro mundo sólo contigo, igual que los asnos. Algunas veces me iba hacer una paja al baño y tú te reencarnabas para facilitarme la labor; así descubrí la nebulosa Águila, cerrando los ojos mínimamente mientras me corría. Desistí de todo a esa edad en que eres un polvorín, y me amenazaron con echarme de casa. Mi habitación era el bunker más robusto del Cinturón de Hierro , en mis ventanas cuatro nidos de ametralladoras, luego en las paredes The Doors tapándolo todo. La gravitación universal se iba y se venía. Alguien le había complicado la vida a Newton; la física cuántica tiene esas cosas que no se pueden medir

UN BESO.

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Yo estaba esperando aquel beso toda la vida, sabes lo que es toda la vida, pues es toda la vida. Muchas veces por aquel valle que imaginaba volaban mariposas de color rojo oscuro y amarillo (también alguna pardilla). Todo lo que veía era inmenso, llegaba desde un lugar a otro lugar como en una fábula. Pero el beso nunca me lo dabas. La ”seño” tenía una blusa de color veis, levitaba entre los pupitres porque yo no le veía las piernas y siempre que señalaba en el mapa te señalaba a ti. Dibujaba el valle como si tuviese todas las estaciones, por unos sitios nevaba y por otros el sol derretía la nieve, y por otros el agua corría para agitar una gran rueda de molino. Y seguía esperando que me dieses aquel beso. Tan modosita. Llevabas una chaqueta azul y trenzas tan largas que parecía que nacían de la tierra, y tú eras una rama de coletas. Cuando dabas la vuelta hacía atrás no sé si me mirabas o te hacías la niña loca. Yo quería dibujar el paisaje más hermoso para dártelo. Le puse un arco ir

EL FREGADERO.

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Estaba sentado allí con cara de jabalí a eso de las nueve de la noche, esperando, con dos cuartillos de vino de Pitarra. Las noches por el verano vienen de no sé que lugar lejano. Ella avanzó hacía su espalda como si hubiese un terraplén, con aquel plato de canelones humeando, en equilibrio. El jabato coge el tenedor con un puño, estilo gladiador, sin decir nada mete uno en la boca, así caliente, casi flotando como un grumo, paladea, y le dice aquello: hija de puta, esto lo va a comer tú puta madre, ya estoy harto de decirte que los quiero muy cargados de orégano, albahaca y tomate, ni les pusiste la puta guindilla, la próxima vez te los estrello en el patio de luces (digamos que era una expresión coloquial de pura rutina). El paladar es como el mar degustando aguas fecales. El jabato dominaba los gustos. Decía de coña conocer el sabor del aire, y el olfato de la nada. Y presagiaba en el ambiente las subidas de humedad y la electricidad estática. Pero había otro trasiego lleno de frene

PALOMAS.

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A mi todas las palomas juntas me parecen insoportables. Si hay tres o cuatro y alguna es blanca lo llevo mejor. Si hay alguna anciana que deja caer un sobre lleno de arroz, como que iba por allí, me vuelvo histérico. Yo paseaba por la calle, iba catatónico, caminaba como Macinger Z, digo inestable, si te pones a sembrar trigo así daba yo las manos Pero a pesar de tanto movimiento tenía la impresión de que no avanzaba. De repente llegué a una plaza que era redonda, en el medio tenía un sol hecho de mármol y los jardines tenían forma de agroglifos, estaban diseñados por extraterrestres. Al llegar allí todas las palomas levantaron el vuelo. Era una sensación acústica repentina de agua estrellada y vuelos trepidantes. Yo siempre me sentaba en aquel banco después de apartar las pipas. Iba allí porque tú lengua aún estaba entrando en mi boca como si me metiesen la polla de un mandril. Tú lengua era como un desatascador, succionaba. En aquel banco es como si aún hubiese líquido prostático y f

RESACA.

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Cuando me estaba levantando mis párpados pesaban más que una grúa de desestiba, y en mi estómago quedaban los restos de veinte garrafones de metílico. Era una mala bestia. Quiero decir que aún " abantaba", y el armario daba vueltas como un carrusel. Cuando estás así no puedes darte cuenta de en qué sentido gira la tierra, todo es un giro. Lo digo por lo del día y la noche. Me hubiera gustado no haber vomitado sobre la alfombra. También me daban calambres. Lo del día anterior me vino como si me cargaran gasolina. Plenamente. Ella se me apareció como la virgen de Fátima, digo su cara, fluctuante y cercana, con la marca en el pómulo de la hostia que le había dado, de la primera hostia, digo, luego creo que le di más, ya no recuerdo bien. Cuando toda la claridad de la ventana se hizo patente, comprendí que estaba bien orientado. La noche era lo anterior. No quiero hablar mucho más de esto. Esperaré aquí otros acontecimientos. De todas formas ya no podré dar marcha atrás.

UNA PITÓN A ESO DE ALBA.

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Al anacoreta del octavo se le había escapado una pitón real a eso del alba, porque la pitón había sentido el frío de los fusilados en el terrárium, y había salido de su escondite para otear más calor por entre los sayales de Shangó y Yemayá, sobre un anaquel lleno de velas perfumadas, greguerías de objetos y varias botellas de ron. Raro en Agosto el frío en un octavo a poniente con una aislamiento de la época de la aluminosis lleno de retracciones hidráulicas, rendijas como puños detrás de los cortinones dorados donde el cajón de la persiana se esconde. Algunas veces el incienso de ceremonias salía al exterior por una rendija en forma de abanico que había debajo de la cornisa del alero. Allí recuerdan los antepasados que anidaban las golondrinas antes de que llegasen los ojos del reptil. Cuando despertó no vio la cola escondida entre las cortezas de encina, ni las escamas blanquecinas con sus dibujos de fractal. La rama de roble pelado donde se enroscaba estaba vacía y sin rastro. Busc

LAS MAÑANITAS DEL REY DAVID.

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Me traen hasta allí en la silla de ruedas, le llaman la galería del Rey David. Después de haberme aseado restregándome con las toallitas aún huelo a neumático, ese olor lleva años conmigo, y no son las llantas de la silla, es mi intimidad. En el corredor estamos aparcados en batería, y al otro lado de los cristales existe esa raya infinita que dejan ver los árboles y el monte bajo, los zarzales inmediatos de la pared que separa al camino que va a la iglesia. La que me trae hasta aquí se llama Lidia y debajo de su bata blanca se le adivina un gran culete; nos trae por escrupuloso orden de habitación, por ejemplo: no está el que aparca a mi lado por lo que barrunto que pasó a mejor vida. Una vez aquí no vas a preguntar por el paisaje, sólo siento el gorjeo del respirar de mis convecinos, y los olores y el tacto que aún no me han dejado. Fuera el sol es una tarta grande, y mi cabeza se posa sobre mí corazón, la modorra tiene esa sensación de letargo invernado hasta la hora de la sopa; y e

LA NEGRA.

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Después de haberle achicado doscientos cincuenta mililitros cúbicos de flujo, salí corriendo por entre los taburetes del bar para arrojar la bocanada a la calle, no fuesen a resbalar por su suavidad entre los posos de cerveza, la negra, es proclive y abundante y como estaba borracha y olía a betún, no pude hacerle otra cosa allí tumbada. Mientras los negros del conjunto tocaban al otro lado de la cortinas p lease send me someone to love , que sinceramente, no sé lo que quiere decir. Después de haber estado escribiendo tres días seguidos sobre la historia de la horca me dan tantos escalofríos de contarlo, que me daban ganas de bajar al Rincón Latino a mirar las botellas del anaquel y solicitar tres dobles de buchanans sorbidos en la misma esquina del mostrador de siempre, y hoy, por un caso de esos que pasan, se me quedó la negra mirando con aquellos ojos perdidos de macaca y no le hice ascos a la zorra, como si fuese un pensamiento de siesta, nadie te viese, y encima hubiese torment

LA HUERTA MEDITERRANEA.

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En el infierno todo decanta hacía un cubeto sumergido a no sé que cota, pero sé que es muy negativa, está debajo de todo lo que vive. Todos los detritos que no son sólidos van allí, y una bomba sumergida con filtro de tupido ancho los chupa y los eleva hacía la vida, y de allí van a una acequia de nivel para distribuirse por aquella red de venas sobre la tierra, eso quiere decir que las raíces de los pimientos, alcachofas, tomates, acelgas, naranjos están alimentándose de esos jugos. Yo a Satanás lo he visto muchas veces probando una endivia, cortándola con un cuchillo de Albacete, mientras se agitaba el meñique para que se descolgase un Durex sensitivo, otras veces he visto al primo de San Miguel Arcángel (el torcido) pinchándose en la vena con un rosal borbonia, crecido en las lindes donde los tomates cherrys son bolitas rojas como los huevos de un babuino en celo. Al infierno se decanta todo, desde los doscientos mililitros de flujos que sorbemos todos los días y escupimos por la ta

ACEITUNAS.

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Aún tenía la mano de su padre en su mano. El calor de una mano puede ser como sentir todos los fuegos cerca. Aún se acordaba del carro lleno de hierba muerta con flores que se caían por los lados, y los dos bueyes con aquel paso tan lento que parecía que nunca llegarían a ningún lado. Y aún sentía como la mañana estaba con muchas briznas de aire, que era casi como si los pájaros se asfixiaran, con todo el mayo lleno de colores, y los humos subiendo sobre las casas, así como si estuvieran atadas al cielo y les viese las puertas desde abajo entre un azul que era largo, más claro que el azul que habían puesto allí arriba por pura casualidad. El carro de su padre era un transporte especial de savia verde y flores casi muertas, y la bañera que ahora llevaba por la nacional seis era un trailer que tiraba por treinta y cinco toneladas de botes de aceitunas rellenas de pimiento y anchoas, que calculadas así, eran millones de aceitunas, algo casi insignificante, si no fuera porque el trailer ha

TELÉFONO.

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Cuando he vuelto a casa estaba el mismo olor que había dejado, y el gato suelto migándome en la puerta. A mi estas cosas no suelen deprimirme, no soy dado a abrir las ventanas para ventilar la casa. Después de dos minutos o así, sonó el teléfono y me supuse que era alguien que quería conversación, pero a esas horas de la tarde a mi no me gusta hablar con nadie. Pero el teléfono se para, y a los cinco minutos o así, se pone a sonar de nuevo: ¿Sí, con quién hablo? ¿Don fulano de tal y tal?. Sí, dígame. Oiga, usted es familiar de fulano de tal, tal, y tal que vivía en tal y cual. Y cuelgo, porque ya está bien, y no quiero hablar de mis cosas. Voy a debajo de la escalera y le recojo la mierda al gato que es lo que olía diferente, si es que olía diferente por una mierda más o menos. De todas formas, explicar lo que siento cuando vuelvo a casa no es de importancia capital. Uno está sólo con sus formas, y sus sensaciones, el cuerpo se va adaptando a la misma geometría, por eso en casa puedes

VAPORES DE TRI.

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Wenceslao el encargado nos daba aquellos vaporizadores llenos de tricloroetileno, para quitar las manchas de las sábanas. Las más difíciles de quitar eran las de semen que venían de los hoteles, y otros indescriptibles flujos, (la sangre, no sé por que motivo, se iba rápido). Después de centrifugar aquella montaña de sábanas nos las tiraban encima del tablado de pino, y las repasábamos una por una buscando manchas hasta en los zurcidos de los bordes. En aquel bajo sólo había dos raquíticas ventanas que daban a un oscuro y profundo patio de luces, por donde en las mañanas entraba un poco de claridad, y algo de aire fresco el resto del día. Les dábamos a los vaporizadores una y otra vez, y el tricloroetileno salía fino y pulverizado. Como no usábamos mascarillas a las dos horas ya teníamos un coloque bestial, como si estuviéramos idos . En el borde contrario de la gran tarima estaban Elena y Magín, y a mi lado Rosa. Nos ayudábamos los cuatro para estirarlas a todo lo largo, si detectába

EL CERRO DE SANTA CATALINA.

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Cuando veo a una mujer o a un hombre (en la soledad) mirando al mar, siempre pienso por qué miran al mar. Si aquella raya infinita que diferencia el azul del cielo del agua difuminada, en su plenitud, representa el gesto de la huida a ese lugar ciego en donde los ojos, por un extraño efecto físico, distorsionan el espacio y hacen volar los pensamientos. Yo también estuve allí hablando conmigo mismo, de esas cosas que nos afligen por conflictivas, difíciles e insoportables; en los anexos de la locura. Y el gesto es ese, te sientas de espaldas a todo, lo de atrás de ti , que es el mundo con sus sonidos y su vida, su horizonte sesgado e irregular de edificios y chimeneas humeantes. Te pones de cuclillas en la pendiente, sentado sobre la hierba, reclinado hacía adelante en una postura equilibrada y dócil, las manos cogidas abrazando las piernas. Y lo que está frente a ti, contrario a lo que está detrás de ti, es el mar, que quizás no ves, pero lo sientes por la brisa que acaricia tú cara s

SABIENDO A CHOCOLATE.

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Comía tanto chocolate, que le sabía a chocolate cuando él la comía. No era nada repulsiva esa vianda que ella le mostraba como si fuera a tener un niño, con las piernas abiertas. Aquella costumbre era repetitiva. Ella podía leer un periódico o una revista de muebles sobre su cabeza, sin inmutarse. Mientras él saboreaba aquella delicatessen llena de multisabores. Estas cosas son así. Describir como son las costumbres del matrimonio cuando los años empiezan a ser largos, es complicado, se degenera; cada uno tendrá sus costumbres y confianzas (como todos), se hace a ello cuando la ve allí adosada a la taza del inodoro con aquel culo tan grande, como pensando lo que deparará el día que está por delante; y ella le ve a él con cara de hipocondriaco en la misma postura esforzada, pensando en el color intestinal que tendrá el huevo de ese día. Pero las rutinas son las rutinas. El proceder siempre era el mismo. Sabían como comportarse en esos instantes, y cual, y cuando, era el momento: largas

TROYA.

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Aquel viernes de agosto la calle Teresa Jornet tenía mucha gente por los bordes y por el medio; los bancos también estaban llenos de gente mayor, porque a eso de las seis de la tarde no da el sol y se está fresquito. A la altura de Intimidades Sonia, estaban aquellos “cachosnegros” con el abanico en el suelo, llenos de cedes de películas, y me dio por pasar delante de ellos, no soy muy aficionado a comprarles a estos negratos de mierda, pero aquel día vi que el que estaba en el medio tenía la de Troya, esa del mueble de madera llena de guerrilleros que acaban tomando el pueblo, aunque a mi el que me gusta es el Pit, siempre me gustó este chaval, y la Diana Kruger con su melena rubia; está para mojarle pan en la salsa del potorro. Le digo al negrato, esa, se la apunto con el dedo, y el negrato me levanta tres dedos y le entiendo lo de los tres euros, yo le levanto dos dedos, pero el negro sigue con los tres levantados, y le digo, me cago en tú madre, toma cabrón, y me da la cajita con

SUPER

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Hoy me levanté con encefalograma plano. Iba hacer un poema después de desayunar pero vino mi mujer a decirme que le tenía que comprar dos cajas de leche en el súper, que ella no puede con los brazos, que le pesaban mucho. Cuando me casé con mi mujer lo hice porque me pareció muy espaciosa y cómoda (y limpia) para vivir con ella; pero yo ahora de jubilado lo único que quiero es hacer poemas. Ayer tuvimos un encontronazo a eso de las seis de la tarde porque me da por controlar cuando entra y cuando sale, y le dije, pues vaya, dos horas en el Alimerka, ya te vale. Se puso como una fiera, que si a ella no la controla ni Dios, que ahora que iba estar a su rabo todo el puto día, que me anduviese con cuidado…El caso es que yo quiero ser poeta y me pone el encefalograma plano, y no me vienen las ideas.

EUTONÍA ES LO QUE TIENE.

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Estando allí acostado panza arriba, se me vino aquella idea de conciencia. Yo digo que tengo conciencia cuando pienso. A la situación contraria, usualmente, le llamo “Alelamiento”, término científico “acuñado” por mí para describirme a mi mismo y describir a los demás en situaciones en las cuales se observa que alguien, aún estando en este mundo, su apariencia psíquica indica que está fuera de el. Como digo, estaba panza arriba, en plena canícula, desnudo sobre la cama revuelta, tal como soy ahora (no como me trajeron al mundo), y me puse hacer una eutonía, así que acomodé una pequeña almohada bajo mi nuca y comencé el proceso como mandan los protocolos observándome con detenimiento. Me vi todo lo largo posible, quiero decir, todo lo que soy como YO consciente. Sinceramente era desagradable la vista: tetas de macho abultadas con vello abundante entorno a unos pezones muy prominentes, barriga oblonga muy alta (a pesar de la ley de la gravedad), poblada por un ombligo extremadamente enr