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Mostrando entradas de mayo, 2010

VELATORIO

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Por lo poco que sé de aquel suceso, las cosas ocurrieron sobre las dos de la mañana de un mes de agosto, de hace cuarenta años. Estaban velando al muerto en la casa de Desiderio, era su abuelo, el Tuerto de Quiñones, con la caja posada sobre la artesa, en el salón de la galería que estaba encima del ganado. Allí había muchas enredaderas de pino, me acuerdo bien de aquel salón con las paredes ahumadas por la antigua cocina de leña, y el olor a estiércol que llegaba de la cuadra. Allí se calendaban de seis en seis pasándose de vez en cuando la botella de orujo. El milagro pasó, como digo, un poco antes de las dos. Los que estuvieron allí dicen que la luna casi se tocaba, y que fuera, por la cornisa, las golondrinas se arrumaban sin casi caber en los nidos. Dicen que tenían una torda y dos pintas en la cuadra, además de conejos, un borrico, y dos mulas de arrastre para la madera, y que puede que hubiese más vida allí, (gallinas también las había, y si eran las dos de la mañana puede que a

VIAJE

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El encuentro era a las diez de la noche en la curva del Ponto, al lado de un antiguo mojón kilométrico que señalaba el veintiséis de la vieja carretera comarcal que iba a Beda de los Infantes. En aquel punto al lado del río la niebla lo cubría todo. Llegué con mi coche sobre las diez menos cuarto y lo aparqué con las luces apagadas bien arrimado al ras de la cuneta, permaneciendo dentro mientras observaba por el retrovisor con la ventanilla bajada. Pasaron tres turismos hasta que el cuarto aminoró la velocidad y se puso detrás de mí. Se bajó el conductor y un acompañante, impecablemente vestidos, acercándose a mi ventanilla: “lo tenemos aquí” – me dijeron-. Volvieron al coche y abrieron las puertas de atrás, lo sacaron, parecía un bulto, totalmente tapado con una especie de saco negro que le llegaba casi hasta la cintura; llevaba las manos a la espalda atadas con una brida eléctrica. Me bajé, abrí la puerta de atrás, y les ayudé a sentarlo, cerré la puerta y me volví a mi asiento, empr

LABERINTO

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No sé cuanto hace que me han dejado aquí sólo; no sospecho las circunstancias, ni si ha existido algún motivo especial; en este instante estoy perdiendo lo que se llama mi identidad espacial, (no sé en que tiempo estoy; y el espacio que ocupo tiene coordenadas desconocidas).He dado innumerables vueltas y empiezo a estar desesperado. El pasillo por el que camino no mide más de un metro de ancho y el olor a ciprés y a cedro es muy intenso. Si miro hacía arriba es la misma sensación, los bordes de los pasillos son curvas perfectas por donde puedo ver el azul del cielo sin una triste nube que lo haga variar en la más sutil referencia identificativa. No puedo determinar en qué momento he empezado a sentir esta angustia, tengo síntomas claustrofóbicos; no porque no haya amplitud, sino porque no veo la salida; es igual que quedar metido en la caja de ascensor de un gran edificio. El hecho de dar vueltas sin ninguna orientación parece empeorar el problema, he intentado correr y quizás haya vue

PALOMA

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Florianito tenía cara de haba muchamiel, por un decir, no en su forma estricta, sino en el contorno de la cara, algo aplastada y con una curvatura un tanto desajustada, en el pueblo les llamaban la casa de los Retorcidos. El Señor Victorino, el maestro, siempre lo sentaba en la primera mesa porque atendía bien y machacaba las cosas para aprenderlas de memoria. El problema de Florianito empezó con el catecismo y el alma, algo tan difícil de explicar que hoy en día aún seguimos esperando a que nos den explicaciones fidedignas. Para don Victorino el alma estaba dentro de nosotros en la zona del corazón, allí ponía la mano, y allí entendía Florianito que estaba el alma, debajo de su corazoncito que se movía tenuemente al lado de su camiseta de felpa. Otra de las cosas que Victorino nos decía era cómo salía el alma cuando nos moríamos, Florianito lo entendió a la primera, cuando nos moríamos el alma salía en forma de paloma, y era por la boca, porque moríamos boca arriba, todos moríamos bo

TÚ MANO DERECHA

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Si estás leyendo esto es por que no estás muerto, pero en el fondo sé que quieres estarlo, adivino que varias veces has intentado suicidarte sin resultados positivos; porque en el fondo eres un cagado de mierda, y ni se te ha pasado por la cabeza aquello tan manido de: “…si me suicido me llevo a medio mundo por delante…”; pues bien, amigo, hoy ha llegado tú hora, si no te suicidas tendré que pegarte dos tiros. Si me ves, ponte en lo peor, soy tú mano derecha y llevo un arma.

DIGESTOR

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Por circunstancias que desconozco este sueño se repite en mí con cierta frecuencia. No puedo determinar si es de origen orgánico, o puede obedecer a alguna oscura profecía hacía mi persona. Por un extraño fenómeno natural me siento “abducido” a mi mismo mientras estoy comiendo una manzana. Dijérase que comienzo en un estado de “obnubilación” y acabo como simple pulpa jugosa y estirada por mis dientes. Para esto que os quiero contar no es necesario muchos conocimientos técnicos del trayecto gastrointestinal; todo lo que veo consiste en un túnel lleno de suaves limos y olores nauseabundos, entre extrañas oscuridades y biliosos ácidos corrosivos. Estando aquí, dentro de uno mismo, el significado espiritual no tiene sentido -quizás lo angustioso del largo viaje, y las impresiones aportadas, que pueden ser desazonadoras- . No caminas, reptas; no descansas, eres obligado a deslizarte; formas parte del camino, y eres como una serpiente que se desplaza en todas las posiciones posibles. Del

VACÍO

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Le había dado por ir sólo, más que nada para quitarse el miedo de sus pensamientos, y se había vestido el arnés como si fuesen los calzoncillos cuando se levantaba, ajustado sobre las ingles, cruzado sobre la espalda sin dobleces, la presilla atada al pecho, y el mosquetón a la espalda, con el tramo de cordino atado, calculado, hasta justamente el ras de la torrentera. Pasó las dos cadenas al perfil del quitamiedos, miró la arcada del puente, viendo el precipicio que se abría entre los bordes del arbolado. Estuvo, así, de pie unos instantes, el sol estaba ya alto, se sentía el agua del barranco, y alguna ave que cruzaba despistada; el estaba allí de pie con un miedo inmenso, con los ojos cerrados intentando no ver el vacío, levantó levemente los brazos como las alas de un azor, y sin desplazar los pies en un mínimo impulso se dejó caer totalmente estático al vacío, fue inmediato, vertiginoso, unos instantes de ingravidez, y luego el bamboleo casi al ras del agua, de un lado al otro, ha

INCLUSO

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Ahora me reclaman todo lo vivido. (incluidos los instantes en que mi boca y el mar fueron un conducto abatido por marejadas y corrientes). Y también me piden los paisajes hermosos que he mirado, -incluso por los que no recuerdo-. El debe el haber y todas las columnas observadas, llenas de guarismos. Por si acaso, he puesto a compararme (puede haber engaño), he buscado en los papeles: lo declarado, lo pensado, lo sentido, lo amado. He observado por donde viven los otros compañeros, todas las tumbas que había para llegar a ellos; incluso, busqué por donde los ilustrados podrecieron, resguardados del invierno por altas cruces y frases que estremecen. Incluso, busqué, los restos de la guerra, los muertos tirados por los valles sin recuerdos. Y después de todo comprendí: que a nadie le reclaman nada, ni a los muy muertos. A nadie le piden que devuelva las pisadas caminadas, ni los sueños, y mucho menos el sabor del vino, o el pan alargado y tierno crecido entre las brasas, ni el frío, ni el

DIÓGENES Y LAS COSAS DE NADA

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Ignoro cuanto tiempo pasaré aquí, y si este lugar es el adecuado para mí. Tengo muchas dudas en mi cabeza, pero una vez dispuesto a quedarme deberé pensar cómo pasar el tiempo. Si se logra dormir por la noche cuando uno despierta, si hay luz que puedas mirar, te das cuenta de que en cierta forma has nacido otra vez, hasta que los pensamientos reposan y percibes quién eres y el lugar que ocupas. Otras veces cuando despierto sobresaltado, puedo no saber lo que hago aquí; empiezo apartando todos los objetos que he traído ayer, y otros que ni tan siquiera reconozco. Al principio guardaban cierto orden, había, digamos, cierta racionalidad, no en lo que recogía, sino en su colocación en la primera habitación que llené. Describir ahora lo que hay aquí sería tan largo que no merece la pena. Imaginaros un basurero municipal y todos los detritus que allí se transportan; incluido el olor nauseabundo que desprenden y del que forman parte. En mi casa se puede encontrar de todo lo inimaginable, el p

MIRADAS

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Sé que tenía que suceder y ha sucedido; así de simple, sin darle muchas vueltas a este tema. Estoy detrás de mi balcón con la cuerda de nylon sintético, perfectamente atado en su punta un gancho de vástago con seguro, muy ligero, para poder lanzarlo con facilidad. Tengo arrimada al borde la pértiga de cuatro metros con marcas simétricas, equilibradas, para poder agarrarla con las manos; también tengo puestas las zapatillas con suela de badana, y un culotte largo, completamente ceñido a mis piernas. Sólo me quedaba tener suerte al lanzar el arpón al otro lado, y parece que la he tenido, se ha quedado enganchado, a la primera, entre dos filigranas forjadas y el refuerzo superior de su balconada; por otro lado, los ocho metros calculados son correctos, al tensar fuertemente la cuerda me quedan dos metros holgados para hacer un robusto nudo ballestrinque. Miro hacía abajo: los seis pisos que me separan de los coches aparcados, y de los escasos viandantes que transitan a estas horas de la m

ESCALERA CERO

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En la escalera cero de la Playa San Lorenzo suele haber colgado de un mástil un ramo de flores, y algunas veces en el ramo una nota escrita cuidadosamente doblada. Nunca me he parado a leerla. Por la escalera cero se baja al acantilado que da al Club de Regatas, por la parte externa, son varios escalones hasta un descansillo intermedio, y otro tramo que acaba bajando a las rocas; con una apariencia de falsa protección al oleaje. En una intensa marejada de primeros de noviembre que coincidía con marea alta, una mujer de treinta y seis años (a eso de las tres de la tarde) bajó con una botella los diez escalones que dan al primer descansillo; las olas azotaban el lateral del espigon, y recorrían la esquina formando una onda que barría todo el borde superior. No puedo imaginar la forma en que la mujer intentó meter al mar en una botella de cristal, los que estaban allí dicen que casi no oía los gritos de advertencia que le lanzaban, y el mar, extrañamente injusto, no quiso quedarse dormido

TÚMULO MILIMÉTRICO

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Tengo una terracita, que no es gran cosa, anexa a la habitación donde dormíamos mi esposa y yo; son seis metros cuadrados a lo sumo, con una hilera de maceteros de geranio colgados sobre una barandilla que da al tejado, cuatro rosales plantados sobre latas vacías de aceite, un pino rojo diminuto sobre tiesto de barro, una camelia de casi un metro, preciosa, y varias clavelinas ya marchitadas. Lo bueno de mi terracita es que da a la salida del sol; y esto me ha intrigado desde hace diez años que llevo viviendo aquí. En las diferentes mañanas, despejadas de nubes, en las que me quedo en la cama absorto mirando al techo, he observado como se va desplazando la luz del sol en su nacimiento desde mayo hasta finales de junio, los dos meses más extraordinarios; el resto del año es una penumbra con luz mortecina y desigual, que se pasea despacio por la pared lateral: primero sobre un anaquel con dos enciclopedias, y luego sobre nuestro cuadro de boda; donde aparecemos mi esposa y yo aquel día t

ÁLAMO

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El fugitivo fue capturado en el despoblado. No había nada en el paisaje que fuera digno de mención; era una llanura labrada con un horizonte perfecto en todas las partes que permitían el giro de su cabeza; sólo algunos álamos desperdigados señalaban en la lejanía el camino empedrado, por donde se desplazaba el carro de bueyes donde iba el fugitivo, atadas las manos a la espalda, y estas al palo del cabezal. El fugitivo había sido declarado contrabandista y traidor Cuando ya casi atardecía escogieron un álamo de rama baja, que estaba sobre una suave colina. Bajaron al reo y le pusieron la soga al cuello, la cuerda de cáñamo la pasaron sobre aquella rama extendida hacía el poniente, y luego tiraron los tres soldados con fuerza, el reo pataleo durante unos instantes, cayéndosele sus pantalones de franela; luego ataron la cuerda anudada al tallo; y dejaron un candil alumbrando en el suelo, debajo de sus pies; para anunciar a todos los depravados que pasasen por el lugar. El carro se alejó

ESFERA

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Ahora mismo iba para el trabajo pero me he parado aquí, en la plazuela de San Miguel, porque hay una burbuja de cristal en forma de esfera, y en su interior se encuentra un hombre dentro. Los reunidos dicen que es el mismísimo David Blaine. Somos unos veinte los que miramos absortos su media barbita y sus pantalones negros, y su torso desnudo, musculoso, desafiante. Nos gesticula y da vueltas con sus pies apoyados a la curva inferior de la esfera apenas sujeta por cuatro cuñas, que impiden su giro, sobre una plataforma de madera. Como ya ha salido el sol, y la fuente se ha puesto a funcionar, se refleja sobre el arco superior una gran cantidad de colores increíbles. David está dispuesto a que lleguemos tarde a trabajar. Apenas sentimos sus vocalizaciones, sólo los movimientos forzados de su boca para que tratemos de darnos cuenta de lo que pretende realizar. Ahora mismo parece estático, (como ensoñándose), las manos estiradas a lo largo del cuerpo; su cabeza trata de mirarnos con los o

LA MESA

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No te canses de preguntarme, por qué he vuelto a esta esquina de la casa. Sigue preguntándome una y mil veces, por si acaso lo recuerdo. En esta misma esquina me viene a la memoria: -de otras veces-, la mesa poblada de alimentos, las cosas que comíamos en silencio, mirando azulejos llenos de hojas y frutas verdes; o la claridad de la ventana en las tardes de verano, o los otros domingos tan largos como la vida, En esta misma esquina, arrinconado, en que violentamente me atravesaban tus miradas, buscando los días que perdimos a sabiendas, sin recobrar el aire y las flores de los parques, sin arrastrar cadenas de oro, ni colgantes, ni oropeles, ni vestidos; -ni tan siquiera gestos-, siendo mudos. No te canses, y pregúntame. Vuelve otra vez con la mirada y hazme daño. Dime que estoy de sobra entre las migas que abandono. Mírame a la cara y pregúntame por qué he vuelto: Tan liviano y pasajero, Tan irrespetuoso, Tan mentiroso, Tan indiferente, Tan mudo.

FIGURA

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No puedo determinar en que parte de mi inconsciente apareció aquella figura que huye y retorna. Algunas veces inanimada, otras llena de vida. Aquella figura no era etérea, estaba en los límites de lo humano y lo irreal. Era el contenedor en el que almacenaba mis instintos derivados del inconsciente colectivo, con toda la carga animal que ello conllevaba. La mayoría de los instintos a que me refiero son de supervivencia, incluyendo la reproducción y el comer. La parte del humano que es capaz de violencia está almacenada en la parte de la sombra de la mente inconsciente. Antes de que los humanos fuesen realmente humanos, sus ancestros no eran conscientes de sí mismos. Por lo tanto, eran verdaderamente animales. Estos animales, tal como todos los demás, hacían lo que tenían que hacer para sobrevivir: asesinar , copular, defender su territorio. Estas acciones pueden parecer violentas hoy en día. Todavía son parte de nosotros hoy, aunque somos conscientes de nosotros mismos, excepto en el d

INJERTO

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La tarde estaba plomiza y muy fría. Cuando subía al desván a buscar las púas sonaban los badajos de las máscaras de carnaval dando vueltas al tejo de la iglesia. Siempre meto las púas de cerezo entre un hueco de las losas del tejado, allí les entra la ventisca y las conserva frías. De las doce que tenía, seis eran de reiner, me gustan las cerezas rojas, y las de reiner son grandes como puños y aguantan bien las granizadas. Cuando bajé a la cuadra a buscar el saco de boñigas de vaca, los badajos habían parado; ahora sonaban las pedradas sobre las campanas. Y cuando salí hacía Pena Moura caían algunas gotas de lluvia y el cielo casi se tocaba por las laderas de Sacho. Según subías había niebla baja que corría despacio ,y el camino estaba muy mojado, con muchas telas de araña brillando sobre los brezales. Iba pensando que los injertos del año pasado fueron de yema y que ólo prendieron cuatro de tragana y uno de guindo, así que este año metería púas de reiner, que aunque es más insípida e

EL RELOJERO DE BERNA

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Hacía casi una hora que la noche había llegado a la plaza Münster. Droz apenas sentía ya su murmullo, ni el estruendo de los coches de caballos. Apenas apreciaba las piernas de los viandantes pasar a través de los cristales, de aquel pequeño bajo lleno de humedad procedente del rió Aar. Llevaba dedicando el trabajo de cuatro días, sentado detrás de aquel autómata. Era una anciana extrañamente tocada con una larga falda de plisados hecha de hojalata dorada, con una toquilla cogida al cuello que acababa cubriéndole la cabeza, y dos bastones apoyados en el suelo para facilitar su estabilidad y movimiento. Sobre su cabeza llevaba un llamativo pañuelo bronceado y su cara, brillante y deforme, estaba recubierta de finas placas de estaño y latón para rematarla al final con suaves placas de cerámica que reposaban sobre su mesa. Droz, llevaba dos horas totalmente ensimismadas en aquella leva mecánica que activaba manualmente haciendo moverse a la anciana por la habitación. A cada paso que da

CALLES

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No cabe duda de que al paso de los años uno se hace más sutil. Más falso. De tanto andar por la ciudad aprendes a mirar de forma obtusa. Y vas pisando las palomas que comen en las manos de los niños. Y no te para ni la sangría del sol en las cálidas tardes de verano. Cuando llega la noche subes por los angostos terraplenes. Pasas las vías del tren, y llegas a nidos iluminados. Donde cuelgan asustados los murciélagos. El paso de los años te hace más vil, más huidizo. La ciudad te escupe por todas las esquinas sus arrogantes anuncios. Las caras de papel son atroces y felices y te besan en los labios. Ya no amas. Ya no dices palabras de amor hacía la luna. Y un pesado reloj cuelga de ti marcándote la vida.

CEREZOS

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La autopista no se parará nunca. Ya veo las máquinas allí al fondo, en la finca de Ubaldo, por encima de de la ribera de Soutos, y pronto estarán aquí. No tengo nada que objetar. Pagaron lo que pagaron, lo establecido según ellos, la mayoría se bajaron los pantalones antes de tiempo, y ahora ya están aquí con esas máquinas grandiosas pintadas de amarillo y los camiones con ruedas más altas que una persona. Cuando me levanto por la mañana, lo primero que hago es acercarme a la ventana para ver cuanto queda para que me arranquen los cerezales, las mimosas y la hilera de manzanos que daban sombra a la casa. A cuatro metros de la puerta de entrada irá una valla, y lo poco que me queda del otro lado lo tendré que ver desde la ventana, es una paradoja que tenga que hacer tres kilómetros para llegar a lo que antes sentía con mis dos manos estiradas. Casi se cogía la fruta así. No es broma. Así de cerca estaban las reinetas. Lo dije y lo prometo, esto acabará conmigo, y si no al tiempo. Alguna

CAMISA DE FUERZA

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Los motivos de mi ingreso fueron literalmente por hiperactividad generalizada y sobreproductividad errática. Lo que está claro es que mi actividad motora se ha incrementado exponencialmente, lo mismo que mi irascibilidad. Puede decirse que soy un perfeccionista en el sentido más amplio de la palabra, mi actividad incansable me permite el orden total de las cosas, de todo lo que me rodea. Siempre me ha excitado el éxito, los símbolos materiales, considero que el dinero es de vital importancia. Así se lo he hecho saber a este palurdo que me escucha y que me irrita. Sólo basta ver el estado irracional que le rodea. El desorden geométrico de todos sus objetos, que no guardan ninguna relación entre sí, ni en colores, ni en formas, ni en dimensiones. Y no es una pulsión lo que digo. Se debería saber que el universo es un estricto orden, todo debe suceder por un esquema prefijado: la muerte y la vida son así. No quiero escuchar, ni quiero sentir, quiero ordenar, necesito mis manos libres para

ZAPATILLAS

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Cuando vivía mi padre, yo solía poner un magnetófono con una cinta de guitarra, y me acostaba encima de la cama a escuchar las guajiras, o unos tarantos a ritmo de zambra, hasta que me quedaba dormido. Ahora estamos mi madre y yo solos y la sigo poniendo, y me sigo quedando dormido tan fácil como antes, no siento ni un susurro por la casa, y las tardes se caen encima con un sopor de muerte, quedando la luz reflejada con figuras grotescas en todos los flancos de la pared. Un día abrió la puerta de la habitación mi madre y yo también abrí mis ojos, hasta ese punto imperceptible en el cual se puede ver sin darse cuenta el que es mirado, de esa forma la observé, su caminar cansado, sin ruido; traía en las manos unas zapatillas de color añil que posó al lado de la cama, alejándose de nuevo, de la misma forma que vino, procurando ir despacio, arrimando la puerta con un gesto delicado. Sonaban por aquellos instantes, unos lamentos mineros con unas vueltas que amodorraban los sentidos. La tard

RAP

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He conocido a un hombre satisfecho con su piel. Negro como el betún. Habla de la suavidad y turgencia de su epidermis. De su estirpe y ascendencia. Se enorgullece del perfil de su boca, de sus labios amplios y carnosos, de su mentón prominente, de sus narices aplastadas, de su pelo ensortijado y tupido. Ese hombre me ha hablado de no poder soportar su espíritu, por el olvido de su escasa historia. Me ha dicho que odia a sus congéneres mezclados, con anillos grandes y trajes blancos, que han puesto las cadenas de sus pies en el cuello. Odia sus gestos agresivos, su música de dos notas alta y baja, como el bolero interminable, sus brazos estirados y encogidos en un ritmo sin sentido de locura catatonica. Sus territorios marcados por la basura y el espanto.